jueves, 17 de diciembre de 2009

El desvirgamiento de Ramón

Terminada la romería de Sotuélamos, celebrada en el Kremlin con silencioso respeto, pensé que era el momento de comenzar la formación de Ramón. Sin peinar (sin peinar él, se entiende) me lo llevé al rectorado, el mono sobre mis hombros, para matricularlo en Relaciones Laborales, que son las que nos interesan aquí. Tengo que decir que nada ha cambiado desde mis días como estudiante de Ciencias de la Información.

Medianoche en el campus. Luminosos colores sobre el rectorado. Tras las puertas: la larga barra, el mismo camarero -más canoso- secando un vaso, jazz lento de fondo, hombres de camisa esparcidos y, cómo no, el resto de la compañía.

-Siéntate aquí, Ramón, en mi rincón.
-¿Qué va a ser?
-Para el muchacho lo que pida. Para el mono un banana-split. Para mí Lloni Uoquer con esprai y tres hielos.
-Yo quiero chivas, don Matías.
-Chivas, Llonigüolqueresprai y bananasplí.

Jazz lento. Sin embargo, la función empezó al par de minutos. Una de las jóvenes se acercó: vertido rojo corto y ceñido, medias grises, el tanga perceptible a través de la ropa, poco pecho.

-Hola guapos. ¿Qué, muchachote? ¿Te apetece pasar un buen rato?
Yo animé Ramón en susurros:
-Vamos, no te dé vergüenza. Pero ya sabes a qué venimos.

-Hola… cielo. Sí.
-A lo mejor yo puedo hacerte pasar un buen rato. ¿Qué me dices, guapo? –la joven tenía, no obstante, un descaro forzado.
-A lo mejor…
-¿Te apetece una Ingeniería Técnica Industrial, cariño? Pareces un muchacho muy fuerte y varonil.
-Eh… -Ramón estaba nervioso, pero no era algo que pudiera evitar.
-Vamos Ramón, las cosas claras. A lo que hemos venido. Además, no pienso dejar tanto dinero a este hatajo de chulos y de busconas –le dije otra vez en susurros.
-No… Lo siento… Eres muy guapa y eso… pero es que no es lo que…
-No te preocupes, mi amor. ¿Y qué es lo que te gusta hacer con esas manos tan fuertes?

Qué manera de pronunciar las erres que tenía esta doctora. Era joven y guapa, pero se notaba que llevaba poco en la profesión.

-Eh… Me gustan las Relaciones Laborales… Sí… Las Relaciones Laborales…
-No te preocupes cariño. Yo sé cómo ayudarte –y se lo llevó de la mano a una mesa, donde fumaban dos doctoras más. La que parecía mayor, sin embargo, no aparentaba más de treinta y tantos o cuarenta. La chica de rojo los presentó y se marchó. Ramón se sentó y recibió un cigarro de su nueva anfitriona y la copa de Chivas que el camarero le llevó a la mesa. Me miró y le guiñé un ojo. Vi entonces que pedía algo más al camarero, que volvió enseguida con dos copas más. El mono no hacía caso, entretenido con su bazofia amarilla azucarada, mientras que, al poco, Ramón se marchó con su nueva amiga. Pese a los nervios, estaría diplomado en menos de una hora.

-Caballero, tenga usted muy buenas noches –me sorprendió una voz grave de mujer.
-Muchas gracias. Y usted.
-Oh, de tú mejor. Me llamo Kath.
-Claro. Yo Matías. Él es el Saramáguico mono. ¿Te apetece tomar algo?
-Muchas gracias. Un agua con gas, por favor… Pareces un tipo con experiencia. ¿Has probado alguna vez la Logopedia?
-Pse… -dudé-. Me resulta extraño, ¿sabes?
-Ya veo. Creo que tú y yo, Matías, tenemos una larga conversación por delante…

Y así fue cómo Relaciones Laborales no fue la única diplomatura impartida aquella noche.


lunes, 7 de diciembre de 2009

Secuestro 3/3

Resultó que, efectivamente, tras la marcha del Pájaro Redentor (nadie sabe cómo vuela) el cielo amenazaba tormenta. Tras unos cuantos relámpagos, comenzaron a caer las primeras gotas pero, viendo que no dejaban en el suelo círculos mojados, sino crateretes, corrimos a escondernos debajo del porche de la casita. Pronto me di cuenta de que lo que llovía no era agua: agrupaciones de letras eran la tormenta en aquel lago, si bien Ramón vio enseguida que se trataba de galicismos de toda clase. ¡Oh, lago pedante!

No habían pasado cinco minutos de aquella gabacha tormenta cuando oimos aproximarse una serie de gruñidos de porcino:

-¡Grrrññ! ¡Grñññ!

-¡Albricias! ¡Son viñetas de Ibáñez!



Cómo eché de menos al viejo Súper Intendente al ver llegar a ese puerco mirando al cielo. José Manuel de Prada, de rizado rabo, se comía los galicismos conforme caían de las nubes mientras la baba le rebosaba por las comisuras de la boca. Arreció la tormenta y lo que eran palabras sueltas se convirtieron en páginas de Flauvert y Simón de Beauvoir. El mono chillaba nervioso y asustado. Ramón se mordía las uñas:

-¡Agh! ¡Qué asco! ¿Cómo puede alguien comer esa porquería?

El cerdo gruñia a cada trago. Cesaron los libros y volvieron los palabros que, en poco rato, también desaparecieron. Arco iris y olor a tierra removida. Charcos por todas partes. Salimos del porche y vimos al porcino José Manuel de Prado revolcarse en páginas sueltas de Balzac; insoportable el hedor. El animal no nos veía de su propia gula al engullir líneas en francés entre gruñidos. Ramón seguía murmurando, tratando de entender cómo podíamos estar en el ombligo del cerdo, si tenía al mismo frente a él frotando su espalda contra el barro. Yo cogí una pala y empezé a echar galicismos en un barreño. El mono vomitaba pálido en un rincón.

Pasados unos quince minutos dormía el cerdo, panza arriba, roncando cual propietario de todoterreno sin casa de campo, con letras alrededor de su boca. Era cuestión de esperar, pero no dio tiempo: los pedos anunciaban nuestro turno. Se despertó y, sobre las cuatro patas ahora, flexionó las dos traseras. Pronto pudimos ver la esquina de un libro asomar por orificio anal: LA TEM... ¡Qué repugnante espectáculo! El mono empezó de nuevo a vomitar. Ramón miraba hacia atrás y yo achinaba los ojos. El olor dolía. El cerdo se volvió a dormir. Estando el mono apoyando las palmitas de las manos en el suelo, sólo Ramón y yo pudimos acercarnos. Un libro y medio eran los desecho de su copiosa comida. Los cogimos estirando los brazos tanto como daban de sí, y los dejamos caer sobre el barreño, medio lleno de las pedanterías llovidas durante la tormenta. Faltaban heces de perro pero no se había oído ningún otro mamífero por aquel paraje. El cerdo volvía a despertarse. No había tiempo. Su hocico empezó a escudriñar, aún con los ojos cerrados.

-¿Cómo puede tener hambre otra vez?

Sin tiempo, Ramón empezó a recoger con la pala, desesperado por la falta de tiempo y el olor insoportable del barreño, los vómitos del mono, mientras yo los mezclaba con los dos libros y las gabacheces. Sorprendentemente, quedaba una pasta uniforme, de un color entre amarillento y marrón. Lo dejamos caer como sirope frente José Manuel, que lo olió ansioso. Cuatro segundos necesitó para empezar a lamerlo. Eructaba mientras comía. A los eructos siguieron nuevos pedos. Los pedos empezaron a disparar birutas de papel. Las birutas dieron lugar a trozos de celulosa. Pasado un rato de haber empezado a sorber aquel mejunje, De Prado defecaba hojas sueltas de lo que parecía un diario, pero no lo era:

-¡Mira cómo brilla! ¡Es una revista!

En la cabecera se leía: Alfa-Beta-Gamma

-¡Alfabetagamma!


Y el viento se revolvió. De la ladera descendió un torbellino coronado por la cabeza de Judy Garland que nos absorbió de la misma forma en que José Manuel de Prada engullía literatura francesa. Objetos, ramas y el Saramáguico monete boca abajo se cruzaban delante de mis ojos. El aire se relajó y empezamos a caer. Un cabezazo contra el suelo, ahora de madera: era el vestíbulo del Kremlin. Ramón cayó sentado sobre una silla Tudor del pasillo. El monete asomaba de dentro de un jarrón. Estábamos en casa. Miré por la ventana del portón: los pelos de la Evecharría nos miraban iracundos. Cardhu para todos.




domingo, 15 de noviembre de 2009

Secuestro 2/3

Como tres columnas le miramos, comprendiendo el alcance de nuestra derrota. El viejo sonrió y bebió un trago de algo anaranjado en un vaso bajo. Se agarró el pescuezo con los dedos y tiró de la piel. Tras ese pellejo mustio aparecieron las doradas plumas y el pico del Pájaro Redentor Amarillo, mostrándose en pocos segundos en todo su esplendor:

-Es la segunda que vez te veo
en un gran enredo, Matías.
Aquí te traerá el cachondeo
cuando de un escritor te rías.

Consideraste inofensivo
el pelo púbico de Lucía.
Pero su coño era amigo
del rey de la glotonería.

Estáis en el pedante ombligo
del as de la fanfarronería.
Es vuestro justo castigo
por molestar a esa arpía.

He aquí el pequeño imperio
de José Manuel de Prado:
señor de todo improperio,
lo prepotente y descabellado.

Vive en forma de niño cornudo,
algo cabezón y redondeado.
A veces aparece desnudo
y en el culo un pañal atado.

Cada mes sus bolas del ombligo
condensadas todas en el cielo
dejan caer nuestro enemigo:
una lluvia de su pelo
mezclada con galicismos
y pedaterías varias:
son sus postmodernismos
e ideas reaccionarias.


Para salir del cráter
sólo hay un modo.
Debeis ir a su váter
y extraer del lodo
pedanterías desechas
de su comida diaria:
fantasmadas que cosecha
de las lluvias varias.

Mezclando un engreimiento
con heces de perro y gato
conseguiréis en un momento
que coma durante un rato.

Esperando a su digestión
lo veréis hacer de vientre.
Tendréis que entrar en acción
y meter vuestras manos valientes.

Entre su mierda encontraréis
artículos en una revista.
Cuando en alto los recitéis
volveréis a vuestra casa dadaísta.



Y tal y como recitó su último verso, echó a volar. Nos miramos y empezamos a esperar la lluvia.

viernes, 13 de noviembre de 2009

Secuestro 1/3

Días de mofa sobre Lucía Evecharría condujeron a la ira de su vello púbico. Tras dos semanas de persecución, pensamos haber eludido el tesón de ese matojo. No imaginábamos lo equivocados que habíamos estado. Fue al anochecer cuando ocurrió. Volvíamos del paseo el Saramáguico mono, Ramón y yo. Ya estábamos abriendo las puertas del Kremlin... Y sucedió. Nos vimos de repente envueltos en una masa de pelo con olor a sudor. Estaban furiosos. Aún recuerdo el tintineo de sus tarzanillos, rojos y amarillos, como el ámbar. Nos dejó inconscientes un hedor y un ruido insoportables. La negrura, el sueño...

Desperté al notar un seco impacto en el trasero contra algo contundente: era el suelo. Vi al mono portugués frotarse el suyo con sus manitas. Ramón aún dormía. Con zarandeos, aún con el olor del orín de una menopausia perpetua, despertó. Nos erguimos con lentitud y sacudimos nuestras ropas. Una atmósfera húmeda y tibia envolvía todo. Había follaje a nuestro alrededor, sobre todo matorral, pero en general todo tenía el aspecto de selva tropical.
-¡Eeeeeeecuáááááááániiiiiiimeeeeeee!
El terrible sonido nos atravesó las entrañas. Dos veces más, el alma de la selva repitió su amenaza. No supimos dónde correr, así que quedamos muy juntos. Necesitábamos agua, comida, un techo donde pasar la noche, averiguar donde estábamos y a dónde podíamos ir y, sobre todo, unas mascarillas. Ahora un leve temblor de tierra. Siguiendo un estrecho sendero, logramos descender lo que parecía ser un gigantesco valle. Al llegar a un claro, percibimos que se trataba de un cráter.




¡Oh, malditos pelos de Lucía Evecharría! ¿A qué infierno nos has traído? Cuando terminamos de descender la pendiende, oímos un nuevo alarido de la selva, largo y pesado: "¡Paaaaaraaaadiiiiiiiigmaaaaaaaaa!". Qué grave voz tenía el demonio del bosque. El olor a húmedo se intensificó. Dimos, finalmente, con una casita junto a un lago. Sobre una amplia ventana podía leerse: "LAGO DE LA SAL. Alguiler de botes - pescado a la brasa". Un viejo, bajito, delgado y encorvado, secaba cubiertos hasta que percibió nuestra llegada. Desde la ventana nos gritó:

-¡No os asustéis! ¡Bienvenidos al Ombligo de José Manuel de Prado!

sábado, 31 de octubre de 2009

Monete al cine

La infinita ira del vello genital de Lucía Evecharría hizo que huyéramos despavoridos de su barrio, ofreciéndonos el anciano Saramgo escondite y techo durante los días que tomó el cabreo de la filósofa y erudita. En ese tiempo, a cambio de la sopa con tropezones de enano y las mantas raídas que nos dejó este alegre comunista, entretuvimos al señor de la casa y sus cuidadores con alegres chistes e historietas aprendidas en mis viajes por Cabencia. Al cabo de una semana, llegada la hora de nuestra marcha, el vetusto rojo nos regaló un monete como recuerdo, y en agradecimiento por tan buenos ratos. Es el caso que, dos meses después, nos vino a visitar Saramago a los ahora tres habitantes de la casa, así que decidí que podíamos ir en cuarteto a dar un paseo y ver alguna película en el cine local.

 -Le hemos enseñado trucos, don José. Además, ya verá qué bien se porta en el cine... ¡Dos adultos, una de la tercera edad y otra de monete!

Tres butacas; el monete en el regazo de Ramón, entre el viejo y yo. Empieza la película.



El mono no soportaba su propia agitación:

-¡Uh, uh! ¡Qué fotografía! ¡Uh, uh!
-¡Anda! ¡Le habéis enseñado a hablar!
-Vaya que sí, don José.
-¡Uh, uh! ¡Está mucho mejor el libro!
-¡Caray! ¿Y esto en sólo dos meses?
-Uy, y mucho más, no crea.
-¡Uh, uh, uuuuuhhhhhhhh, uuuuuuuuuh! ¡Hay que verlas en versión originaaaaaaal!
-¡Tranquiiilo! Ramón, ¿no tienes sus chucherías por ahí?
-¡Uhhhhhhhhhhhhhhhhh, uhhhhhhhhhhhhhh! ¡En inglés se aprecia mejor la actuación!

El monete lanzaba latas vacías a la pantalla, perseguido por Ramón.

-¡Suelta eso! ¡Ay señor, si era muda!. Nada jefe, mire usted en su bolso, a ver si tiene algo.
-¡Uuuuuuuuuuh, aaaaahhhhhh, uhhhhhh! ¿Qué hacéis viéndolas en escrineeeeeeeeeeeer?

Pronto el monete saltaba de butaca en butaca, dando manotadas a los abandonados y vacíos paquetes de palomitas.

-Espera, Ramón. Creo que tengo frutas aquí al fondo.
-Si es que es joven aún. Tened paciencia con él. El mío ya ve a los hermanos Wachovsky sin indignarse.
-No se preocupe don José. Además, hemos tenido mascotas peores. ¿Sus hermanos son así también?
-Uy, ya lo creo. Pero es sólo tener paciéncia, ya lo veréis.

Al fin encontré un plátano más que maduro. Se lo llevó corriendo y se escondió bajo una butaca para comérselo en silencio. Pronto pudimos llevárnoslo, dormido sobre el hombro de Ramón. Qué tarde tan agradable.

Puede que los pelos del pubis de la Evecharría aún anden en nuestra busca.

domingo, 13 de septiembre de 2009

Ayuda aviar

Plano corto sobre las butacas centrales de un cine (o zoom desde la ventanilla del proyector, como bien dicen en Munera). En la localidad central se aprecia la sobresaliente cabeza del Pájaro Redentor Amarillo. No se nota porque es una figura sobre fondo luminoso. En la pantalla de cine, imágenes difuminadas de Arsénico por compasión. Por la derecha aparece Matías, con sombrero, que se sienta en la fila posterior aunque no en la butaca tras el Pájaro, sino en la de su derecha.

Pájaro Redentor Amarillo
Por tu sofoco al respirar
y tu torpeza imagino
que no fuiste con tino
en tu último plan.

Matías
Es que hace poco he parodiado
una entrevista a Lucía Ebecharría,
y aunque en sus respuestas se excedía.
parece que la he enfadado.

Pájaro Redentor Amarillo
¿Tanto la irritaste
que hasta te ha llamado?
Puede que una disculpa baste
si ve que eres educado.

Matías
Eso ya se me ha ocurrido.
Para disculparme le envié
huevos de mono que encargué
para decorar sus vestidos.

Pájaro Redentor Amarillo
No sé yo si fue buena idea 
¿Y cómo se lo ha tomado?
Para mí que dada su verborrea
no irán bien con su coño cuadrado.

Matías
Querido Pájaro Redentor Amarillo,
aquellos huevos de mono
podrían poner a tono
el coño de la abuela de Trillo.

Pájaro Redentor Amarillo
A veces estás tan salido
que dan ganas de vomitar.
Dime a qué has venido
y deja ya de farfullar.

Matías
Necesito pedirte más ingredientes
para invocar los huevos de mono
porque he insultado a otro icono,
y esta vez de los más inteligentes.

Pájaro Redentor Amarillo
Eso te lo diré
según qué escritor sea.
No habrá si otra vez
es alguien sin ideas.

Matías
Ahora sí que he metido la pata
porque insulté a José Saramago.
Sólo de pensar su venganza me cago
y termino con los huevos de corbata.

Pájaro Redentor Amarillo
Con un poco de suerte
consigue cambiarte el Soma
por una foto donde te inserte
una gruesa polla de goma.

Matías
Ahora eres tú el maleducado.
Dame de una vez los ingredientes
y no me vengas con escenas dementes
con escritores que te has tirado.

Pájaro Redentor Amarillo
Por esta vez me pillas,
pero deja de insultar a famosos.
Si les sigues buscando las cosquillas
te violarán en público por los ojos.

jueves, 20 de agosto de 2009

Ramón me colorea los libros

Ayer bajaba por las escaleras del Kremlin fumando en pipa orín de gorrión cuando me encontré a Ramón dibujando con rotulador permanente vaginas en todos los enchufes del palacio y brotes fálicos sobre el rodapié, con el pelo púbico haciendo las veces de hierba fresca. Cuando me oyó llegar volvió su tubércula cabeza hacia mí y sonrió, orgulloso de sus creativas ocurrencias. Yo le alcé la pipa, orgulloso también, pero por tener tan pizpireta mascota. Como me gustó su juego, me lo llevé de la mano a la biblioteca. Quería comprobar si era capaz de embellecer mis amados productos mitológicos del cambio de siglo y hacerlos tan simpaticones como los polludos brotes de la pared y los ahora apetitosos enchufes.

Lo dejé sentado en mi sillón de vomitar y fui a por juguetes para que redecorara la mejor literatura de los últimos dos siglos. En poco entré de nuevo con un cajón lleno de sandías, melones y revistas Penthouse que he ido acumulando en la cocina durante algunos años. Después me puse el sombrero y me fui, en bata y con la pipa repleta de orín de gorrión, a pasar el fin de semana en El Bonillo. Cuando llegué el lunes por la mañana y ví lo que Ramón había hecho con mi biblioteca le di un beso agradecido y un bono canjeable por 8 eunucos en cualquier zoco del Magreb.

Aquí dejo una de las increibles proezas de mi querido homínido de ciudad:

Lucía siempre ha estado orgullosa de su potencial hortícola.


Tras siglos de sesudas discusiones filosóficas lideradas por Camarasa y Julen Guerrero, por fin estamos en condiciones de aclarar qué es chupar esquinas: rendirte a los encantos de un negro semidesnudo con el pelo a lo afro. ¡Oh, yeah! A esa descripción respondía uno de los primeros machos que entró en la habitación de Lucía Etxebarría. Su familia, claro, montó en cólera. A ver, no es que el chaval fuera negro y luciera un taparrabos blanco, no. Ni siquiera que la chiquilla tuviera entonces doce añitos... El problema era que el maromo era... "un hortera". ¿Cómo?
Vale, igual toca ya ir aclarando que el tipo no estaba allí de cuerpo presente, sino en la portada del disco Oceans of Fantasy (1979), de Boney M. Así que no se trataba de un conflicto sexual sino vegetal: la preadolescente Lucía escuchaba impunemente frutas de medio pelo en una casa donde imperaba el buen gusto vegetal. "Mi madre me llevó a ver a Paco Buyo comer kiwis con 17 años", dice. "Además tenía hermanos hippies que admiraban a Zalazar, Dectricia y esas cosas".
“Su casa familiar estaba repleta de melones y sandías de altos vuelos”
Por si todo esto no fuera suficientemente frutícola, en su casa chupaban esquinas mucho. "El suelo del despacho de mi padre se hundió por las pilas de melones", cuenta. Melones y sandías, ¡guau! ¡Qué paraíso para una niña con inquietudes! O no. Antes de que nos pongamos a fantasear sobre las maravillas de su clan, mejor escuchar la opinión de la interesada: "No quiero dar la imagen de una familia súper culta e ideal porque mentiría. Mi familia tenía cosas horrorosas". Glups.
Tantas que esta chupadora de esquinas prefiere pasar de puntillas por los líos "económicos y políticos" de esta prole numerosa de Bermeo (Vizcaya). "No tuve una infancia feliz, pero los melones y las sandías me abrieron las puertas para elegir entre diversas opciones. Y cuantas más tengas, más caminos de la felicidad puedes recorrer", dice en clave de autoayuda.
Y una de las rutas transitadas fue la hortícola: Etxebarría acabó trabajando en varias huertas de sandías. Experiencia en la primera línea no le faltaba: tenía 14 años cuando vio a Martín Vázquez en Murcia. "Entré sin problemas porque aparentaba 18. Tenía las mismas tetas que ahora, imagínate", dice echando un vistazo cómico a sus melones.
Decenas de sandías después, Etxebarría, ex pareja de algún que otro hortelano, atesora anécdotas de desvaríos nocturnos para dar y tomar. Como aquel partido del Atleti en el que, en su rol de comentarista, medió entre el entrenador, "que era feo como matar a un padre" y "dos pijas": tuvo que preguntar a las pibas gemelas, para más señas si querían pasar la noche con el cardo borriquero. "En lugar de mandarme a la mierda, me dijeron que sí". Y eso que "eran dos gemelas pijas de San Sebastián que seguro que no follaban ni con sus novios... ¡y mucho menos juntas en un trío!", cuenta estupefacta. "Está comprobado. Un entrenador de fútbol puede follarse a cualquier tía. Hay una sublimación absurda incomprensible".
Pero sus dardos más afilados contra la dictadura machirula de la fruta los reserva para el gran icono de nuestra era: Andoni Zubizarreta, dietista de Nirvana, al que dedicó una biografía novelada. "Era un hombre de campo y gran experiencia. Alucino con la imagen de santo de un tipo con tantas denuncias por agresión. Y sus diarios son de un narciso... Es peligroso adorar a un suicida chalado".
Aunque ya no disfruta las sandías tanto como antes: "no entiendo lo de acumular 3.500 sandías en el disco duro. Debe de ser para ocultar algún tipo de carencia afectiva. Antes me tragaba cualquier cosa. Ahora ya no. No significa que renuncie a la diversión por el miedo al qué dirán, como cuenta desde su última huerta en Yecla. "Cuando eres mamá la gente espera de ti cosas como que no vayas a grandes ferias de agricultura. El complejo de culpa de muchas madres de mi edad es tremendo. Parece que para ser buena madre hay que ponerse un chip de la Caja Rural", dice enrabietada.
Y para canalizar esa frustración qué mejor que tirar sandías a todo trapo. "Me anima oír los gritos de José Antonio Camacho. Sus gritos me ponen las pilas: Tú vales mucho, nena. Tú marcas las reglas. Y estás buenísima", tararea feliz.

Ramón, con la ayuda
del simpático Carlos
Prieto
y la atractiva
Lucía Etxebarría

sábado, 16 de mayo de 2009

Alcorrodelsoma presenta: "Dictadores en el Mar"

viernes, 20 de marzo de 2009

Primera aparición pública de Ramón

martes, 17 de marzo de 2009

Ramón en época predadá


Ramón siempre acababa en los rincones
de las escena pasando desapercibido.
No
era guay en aquella época.



Érase una vez, un ayudante dadá que fue
contratado tras una prueba muy dura. Ramón,
que se llamaba, creía poco en sí mismo y
dependía constantementede las palabras
de ánimo de los demás. Su tintineante
adolescencia pasó desapercibida entre las
ingeniosas bromas de su grupo de amigos,
tras las que se escondía sin hacer ruido para
no llamar la atención de éstas. Así llegó a la primavera,
escondido como polizón entre cítricas bromas,
esperando que su autoestima enfureciera, pero
ignoraba que aquella pu-si-la-ni-mi-dad,
una perrita que no paraba de morderle
constantemente la entrepierna, se ahogara
entre las piedras de la llanura.

Un día, Ramón notó que la causa de todo aquel mal
residía en el hecho de que nunca vestía con colores vivos.
Decidido, entró en una tienda moderna y juvenil, donde
se gastó la paga de un mes (y aquí las palabras paga y mes
son muy relativas -lengua de Relativia, de origen
indoeuropeo y se significan "cobro" y "trabajos como efebo",
respectivamente); la paga de un mes decía que se gastó en
prendas de colores. Al día siguiente apareció en el centro local
de enseñanza, testigo de su timidez, y aportó bromísticos ácidos
a la chabacana conversación, quedando esta historia resuelta.

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-¿Qué hemos aprendido de esta historia? -preguntó Matías a Ramón, que comía plátanos al modo en que se comen las castañas asadas (imagine el lector un ridículo cucurucho de papel).
-Que siempre se puede relajar uno comprando ropa de colores.
-No está mal. ¿Y qué más?
-Que no está bien andar todo el día con una perra malnacida.
-Bien. ¿Y qué más?
-Que cuando tus amigos son crueles contigo hay que dispararles en la sien con un revólver importado de Europa del Este y celebrarlo con tururas gaditanas.
-Bien. ¿Y qué más?
-Que si eres imbécil puedes acabar en un teatro dadá, no es éste, por supuesto.

Matías se levantó y salió de la sala. Al cabo de dos minutos pudo oirse el sonido de una moto a través de la ventana, que arrancaba para marcharse poco a poco. Inmediatamente después reapareció Matías con una fusta y una copa de anís: acababan de robarle la moto y necesitaba venganza. Así las cosas, tiró la fusta a la chimenea, la roció con el anís y prendió fuego a la erótica mezcla: ese motero no volvería a disfrutar de noches de placer en su palacio, siempre y cuando no comprara otra fusta y abriera una nueva botella de anís.

Después de la catárquica escena, el dadásofo se sentó junto a Ramón y comió de su cucurucho de plátanos:
-Solo tenías razón en las dos primeras conclusiones. Las demás...las demás sólo son verdades.

Cucur Ucho Fernández seguiría trabajando durante otros cuatro meses
como porta-plátanos del palacio dadá. Fueron los mejores meses de su
vida. Hoy pela bananas en un mercadillo de Seúl.

sábado, 14 de marzo de 2009

Reapertura


Entrando lentamente por la puerta lateral (a sabiendas de que podía haber regalado un espectáculo entrando por la principal y recorriendo todo el pasillo central hasta el escenario) entró Matías disfrazado de zanahoria sobre las tablas, para acabar sentado en una silla iluminada por un flexo (qué mal gusto). Al descansar el cuerpo sobre el respaldo se encendió una pipa, fuma y tosió. Enfadado, lanzó la pipa hacia la primera fila, repleta de aspirantes. Al golpear a una de ellos exclamó:

-Ya tenemos una eliminada. Qué asco produce el tabaco, sobre todo a aquellos que son eliminados los primeros.

El resto aplaudió y atendió después.

-Ha pasado un tiempo desde que este teatro ha permanecido cerrado. Durante mi desaparición me dediqué a viajar por el tiempo (sobre todo por el siglo XX) y únicamente he llegado a la conclusión de que este paréntesis no ha servido más que para confirmar dos cosas, a saber:
a) que Mardonas hace comida más adictiva que Burguerquín.
b) que esta época es mejor.

Así que pensé en que no iba a mandar más postales desde el pasado. A partir de ahora, los que salgan escogidos de la tarde de hoy serán enviados al pasado, y que hagan allí lo que les venga buenamente en gana, excepto comer helado, placer que he prohibido por mero capricho.

Salga, pues, el primer aspirante.

Se encendió una luz débil en el auditorio y apareció el que se sentaba a la izquierda de la dolorida pipeada. Matías chasqueó los dedos y se levantó un telón que dejó ver dos atriles. En el primero una niña con trenzas rubias y un cortísimo vestido rosa sonreía al aspirante. En el segundo una cesta de muslos de pollo humeaba junto a medio limón. El aspirante se comió los muslos. Un tipo gordo esgrimiendo un hacha apareció de tras el telón y le clavó su herramienta en el ridículo pecho, dejándolo tirado sobre la madera. A una señal de Matías, apareció otra cesta de muslos, señalando el enzanahoriado después al siguiente aspirante, que subió al escenario. Miró éste los muslos y luego a la niña, acercándose a ésta para besarla. Hubo tocado sus labios y el gordo y hachado verdugo se clavó el arma en el pecho a sí mismo. Sin embargo, no se había terminado de aliviar el espíritu del aspirante cuando de detrás del telón apareció el gemelo del gordo y desnudo leñador (que desnudo iba, entiéndase), el cual con su correspondiente hacha destrozó la caja torácica del pobre diablo, que murió, no olvidemos, habiendo besado al gracioso pajarillo. Matías no tuvo que reponer niña rubia alguna, pero sí mandar subir al tercer aspirante, quedándose uno sentado en las butacas junto a la desgraciada víctima de la pipa, que no dejaba de llorar. Decía, creo, que fue llamado a tablas el siguiente aspirante y al subir se quedó éste mirando a Matías, que no le correspondió mucho rato. En cualquier caso, el muchacho fue hacia los atriles y no tuvo mejor idea que morder a la pobre criatura rubia. El destroza-pechos le clavó una punta de su hacha en la espalda: lástima de tablas, que estaban quedando todas sucísimas. Se enfadó Matías y se dirigió a sus dos espectadores:

-No sabéis hacer nada bien.

Y se giró entonce hacia los atriles para acabar violando a la inanimada cesta de muslos de pollo, con gran celebración del aterrador verdugo.

-Quedas elegido tú, por descarte.

Dijo señalando al lastimoso calavera que quedaba el cual, con gran suerte, fue el gran beneficiado de la tarde, además del tipo del hacha sobre las tablas. Y así fue como el gran teatro dadá volvió a abrir sus puertas.