martes, 17 de marzo de 2009

Ramón en época predadá


Ramón siempre acababa en los rincones
de las escena pasando desapercibido.
No
era guay en aquella época.



Érase una vez, un ayudante dadá que fue
contratado tras una prueba muy dura. Ramón,
que se llamaba, creía poco en sí mismo y
dependía constantementede las palabras
de ánimo de los demás. Su tintineante
adolescencia pasó desapercibida entre las
ingeniosas bromas de su grupo de amigos,
tras las que se escondía sin hacer ruido para
no llamar la atención de éstas. Así llegó a la primavera,
escondido como polizón entre cítricas bromas,
esperando que su autoestima enfureciera, pero
ignoraba que aquella pu-si-la-ni-mi-dad,
una perrita que no paraba de morderle
constantemente la entrepierna, se ahogara
entre las piedras de la llanura.

Un día, Ramón notó que la causa de todo aquel mal
residía en el hecho de que nunca vestía con colores vivos.
Decidido, entró en una tienda moderna y juvenil, donde
se gastó la paga de un mes (y aquí las palabras paga y mes
son muy relativas -lengua de Relativia, de origen
indoeuropeo y se significan "cobro" y "trabajos como efebo",
respectivamente); la paga de un mes decía que se gastó en
prendas de colores. Al día siguiente apareció en el centro local
de enseñanza, testigo de su timidez, y aportó bromísticos ácidos
a la chabacana conversación, quedando esta historia resuelta.

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-¿Qué hemos aprendido de esta historia? -preguntó Matías a Ramón, que comía plátanos al modo en que se comen las castañas asadas (imagine el lector un ridículo cucurucho de papel).
-Que siempre se puede relajar uno comprando ropa de colores.
-No está mal. ¿Y qué más?
-Que no está bien andar todo el día con una perra malnacida.
-Bien. ¿Y qué más?
-Que cuando tus amigos son crueles contigo hay que dispararles en la sien con un revólver importado de Europa del Este y celebrarlo con tururas gaditanas.
-Bien. ¿Y qué más?
-Que si eres imbécil puedes acabar en un teatro dadá, no es éste, por supuesto.

Matías se levantó y salió de la sala. Al cabo de dos minutos pudo oirse el sonido de una moto a través de la ventana, que arrancaba para marcharse poco a poco. Inmediatamente después reapareció Matías con una fusta y una copa de anís: acababan de robarle la moto y necesitaba venganza. Así las cosas, tiró la fusta a la chimenea, la roció con el anís y prendió fuego a la erótica mezcla: ese motero no volvería a disfrutar de noches de placer en su palacio, siempre y cuando no comprara otra fusta y abriera una nueva botella de anís.

Después de la catárquica escena, el dadásofo se sentó junto a Ramón y comió de su cucurucho de plátanos:
-Solo tenías razón en las dos primeras conclusiones. Las demás...las demás sólo son verdades.

Cucur Ucho Fernández seguiría trabajando durante otros cuatro meses
como porta-plátanos del palacio dadá. Fueron los mejores meses de su
vida. Hoy pela bananas en un mercadillo de Seúl.

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