sábado, 14 de marzo de 2009

Reapertura


Entrando lentamente por la puerta lateral (a sabiendas de que podía haber regalado un espectáculo entrando por la principal y recorriendo todo el pasillo central hasta el escenario) entró Matías disfrazado de zanahoria sobre las tablas, para acabar sentado en una silla iluminada por un flexo (qué mal gusto). Al descansar el cuerpo sobre el respaldo se encendió una pipa, fuma y tosió. Enfadado, lanzó la pipa hacia la primera fila, repleta de aspirantes. Al golpear a una de ellos exclamó:

-Ya tenemos una eliminada. Qué asco produce el tabaco, sobre todo a aquellos que son eliminados los primeros.

El resto aplaudió y atendió después.

-Ha pasado un tiempo desde que este teatro ha permanecido cerrado. Durante mi desaparición me dediqué a viajar por el tiempo (sobre todo por el siglo XX) y únicamente he llegado a la conclusión de que este paréntesis no ha servido más que para confirmar dos cosas, a saber:
a) que Mardonas hace comida más adictiva que Burguerquín.
b) que esta época es mejor.

Así que pensé en que no iba a mandar más postales desde el pasado. A partir de ahora, los que salgan escogidos de la tarde de hoy serán enviados al pasado, y que hagan allí lo que les venga buenamente en gana, excepto comer helado, placer que he prohibido por mero capricho.

Salga, pues, el primer aspirante.

Se encendió una luz débil en el auditorio y apareció el que se sentaba a la izquierda de la dolorida pipeada. Matías chasqueó los dedos y se levantó un telón que dejó ver dos atriles. En el primero una niña con trenzas rubias y un cortísimo vestido rosa sonreía al aspirante. En el segundo una cesta de muslos de pollo humeaba junto a medio limón. El aspirante se comió los muslos. Un tipo gordo esgrimiendo un hacha apareció de tras el telón y le clavó su herramienta en el ridículo pecho, dejándolo tirado sobre la madera. A una señal de Matías, apareció otra cesta de muslos, señalando el enzanahoriado después al siguiente aspirante, que subió al escenario. Miró éste los muslos y luego a la niña, acercándose a ésta para besarla. Hubo tocado sus labios y el gordo y hachado verdugo se clavó el arma en el pecho a sí mismo. Sin embargo, no se había terminado de aliviar el espíritu del aspirante cuando de detrás del telón apareció el gemelo del gordo y desnudo leñador (que desnudo iba, entiéndase), el cual con su correspondiente hacha destrozó la caja torácica del pobre diablo, que murió, no olvidemos, habiendo besado al gracioso pajarillo. Matías no tuvo que reponer niña rubia alguna, pero sí mandar subir al tercer aspirante, quedándose uno sentado en las butacas junto a la desgraciada víctima de la pipa, que no dejaba de llorar. Decía, creo, que fue llamado a tablas el siguiente aspirante y al subir se quedó éste mirando a Matías, que no le correspondió mucho rato. En cualquier caso, el muchacho fue hacia los atriles y no tuvo mejor idea que morder a la pobre criatura rubia. El destroza-pechos le clavó una punta de su hacha en la espalda: lástima de tablas, que estaban quedando todas sucísimas. Se enfadó Matías y se dirigió a sus dos espectadores:

-No sabéis hacer nada bien.

Y se giró entonce hacia los atriles para acabar violando a la inanimada cesta de muslos de pollo, con gran celebración del aterrador verdugo.

-Quedas elegido tú, por descarte.

Dijo señalando al lastimoso calavera que quedaba el cual, con gran suerte, fue el gran beneficiado de la tarde, además del tipo del hacha sobre las tablas. Y así fue como el gran teatro dadá volvió a abrir sus puertas.

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