sábado, 23 de febrero de 2008

Sonrisas gratis 04

El dadásofo local no paraba de sonreir al conocer en persona a los grandes fundadores. Les propuso un paseo por el dadampus para conocer las instalaciones donde se sembraban grillos en las jóvenes y cabéncicas cabezas cabencias. Las tres figuras y el mono entraron en el edificio principal (sólo había uno) y dejaron la puerta atrás. Pronto abrió Dadásofo Cabencio (como así se llama al que ostenta el cargo de dadásofo en Cabencia) la puerta de un aula, con el cuerpo a un lado, como tratando de dejar ver lo que tras el picaporte se ocultaba. Schiele y Parts vieron un aula llena y un profesor con un cucurucho azul oscuro con estrellas amarillas, que explicaba la derivación básica. Al oir tales explicaciones, el dadásofo asomó la cabeza en la clase:

-¡Perdón! He debido equivocarme de aula -dijo, cerrando después y dirigiéndose a los viajeros. Fue entonces cuando se dio cuenta de que en el pimer aula no se daban matemáticas. Volvió a abrir para preguntar al profesor. Sin embargo, al abrir vio un mono titi que tocaba los platillos, solo, en medio de la habitación vacía. Al ver irrumpir al dadásofo, el mono cesó y sonrió al supremo dadá local:

-Hola. Ensayaba con los platillos -le dijo el mono sonriente.
-Perdón, he vuelto a equivocarme de aula.

Y tras cerrar la puerta oyeron cómo el mono reanudaba su ensayo con los platillos. El dadásofo se acariciaba la barba dubitativo, como extraviado en su mente. Luego pensó que en el edificio sólo había un aula. Se giró otra vez con decisión y volvió a abrir la puerta, por tercera vez. Al abrir apareció de nuevo el profesor de matemáticas, con el gorro estrellado un poco torcido. Parecía que no estaba teniendo un buen día. Dadásofo Cabencio miró extrañado, pero por no quedar mal delante de los visitantes les hizo una silenciosa señar para pasar y observar la clase. El profesor no se perturbó por la visita y continuó.

-González, a ver, corrija el primer ejercicio -dijo a un chico pelirrojo y un poco gordito.

El chico salió a la pizarra y empezó a derivar una función de tercer grado. Cuando terminó, no parecía muy seguro de lo que había hecho y se quedó mirando al profesor con cara interrogante.

-Veamos, González. ¿Cómo va a darle X=X? Eso lo sabíamos todos desde el principio. Por una parte, es muy dadá, pero no es algo que no supiéramos... -y de pronto se quedó unos segundos pensando en silencio. Luego añadió:

-Pero, ¿qué hace resolviendo una derivada de tercer grado? ¿Qué tiene eso que ver con El dadá en el Mediterráneo?
-Pero si es el ejercicio que mandó usted ayer... -contestó algo asustado el chico.
-¿Yo mandé ese ejercicio? A ver, enseñadme las libretas -y se puso entonces a caminar entre las mesas observando los cuadernos de los chicos. Asustado, dijo luego:

-¿No me digáis que llevamos toda la semana estudiando derivadas? ¿Por qué nadie me ha dicho nada?

Los chicos guardaron silencio.

-Bueno -continuó el profesor-, volvamos al asunto. Olvidad eso.

Tras borrar la pizarra, el profesor empezó a explicar de nuevo cómo el dadaísmo se extendió por el Mediterráneo tras la llegada de la revolución a Cabencia. El dadásofo cabencio y sus huéspedes se levantaron, junto con el mono, al hombro de Matías Parts, y salieron. Tan pronto como estaban en el pasillo, sintieron una fuerte explosión. Los tres acabaron sujetándose a las paredes. A los pocos segundos una extraña mezcla de agua con jabón y perfume de frutas entraba por debajo de la puerta principal.

-¡Atrás! -gritó Dadásofo-, dejadme ver qué es eso.

Apenas hubo hecho esa advertencia cuando la alarma del edificio empezó a sonar. La puerta del aula se abrió de un golpe y los jóvenes cabencios se apelotonaron en el pasillo, saliendo desordenadamente mientras daban empujones a los ilustres visitantes.

-¡No! -les gritó su supremo dadaísmo local. ¡No toquéis el agua!

Pronto, a pesar de los gritos de Dadásofo, estuvieron una docena de estudiantes chapoteando en la calle. Por la puerta vieron los viajeros que llovían burbujas llenas de agua con jabón, que con estrépito se rompián al dar con el suelo, impregnándolo todo de un extraño olor a melocotón. Se oían aviones.

-¡Nos están atacando! -gritó Schiele austado. El mono se subió a la cabeza de Parts, con gran incomodidad de éste. Dadásofo Cabencio les indicó a gritos que les siguieran. Condujo a los visitantes, al profesor y a los ocho alumnos que habían quedado dentro del edificio por una estrecha escalera que llevaba al piso superior.

-¿No será peligroso estar en el piso de arriba? -preguntó contrariado el profesor. Pronto recibió la explicación de que se trataba de un ataque de burbujas de agua con jabíon perfumado. Por la ventana vieron a los doce pobres muchcachos, retozando boca arriba en el jabón, hipnotizados por ese dulce olor a melocotón. Se salpicaban, se impregnaban, se olían de pervertida forma. Un palmo de agua cubría el suelo cuando el ataque pareció cesar. No transcurrieron un par de minutos y se volvieron a oir aviones. Ya temían volver a ver caer burbujas pero, sin embargo, llovían toallas extendidas, de todos los tamaños y colores, con ojos y pequeñas patas. Caían despacio, atentas al suelo. Conforme vieron tocar el suelo las primeras, observaron que corrían hacia los estudiantes. Comenzaron a restregarse contra ellos, absorbiendo toda el agua y dejándolos lo más secos posible. El tropel que siguió secó los bancos, los árboles, el suelo. Se dieron cuenta entonces los cabencios de que todo había sido salpicado por el agua. Conforme ésta desaparecía por la acción de las toallas patudas, las cosas parecían cambiar de aspecto. Los estudiantes afectados por el jabón comenzaron a ponerse en pie. Horrible espectáculo el que vieron los salvados. Allí, en el suelo, se erguían con vigor doce jóvenes con un lustroso traje azul, ni claro ni oscuro, un cuidado peinado ejecutivo, un maletín negro en una mano y un teléfono móvil (Alcatel, One Touch Club, para ser exactos) en la otra. Una vez de pie empezaron a llamarse, a ofrecerse vacaciones en el Caribe y seguros a todo riesgo. Los doce formaban una vorágine de servicios y ofertas.

"¿Qué hacemos aquí?"

Mientras esta escena sucecía irrumpió un camión de bomberos, pintado de colores. Les lanzó barro por la manguera y luego se aproximó al edificio. De dentro apareció un hombre disfrazado de payaso que se acercó a la ventana por la que miraban los cabencios. Éstos retrocedieron asustados.

-¡No os asustéis! -les gritó el payaso, o el bombero, o lo que fuera. Os vamos a sacar de aquí.

Al poco estaban todos saliendo por la ventana hacia el camión y, unos minutos después, corrían hacia el centro de la ciudad, lejos de tan horrible espectáculo. Atrás quedaba una docena de ejecutivos enfadados por haberse manchado un estupendo traje nuevo.

miércoles, 13 de febrero de 2008

Sonrisas gratis 03

Desde las ventanas del tren se empezaba a divisar el destino y en el horizonte vieron cómo esa mancha iba haciéndose cada vez más grande. Ante ellos tomaba forma la ciudad de Cabencia: una gran cabeza de mujer vieja, ciertamente gorda y con un ajustado aseo personal, si bien no parecía escasa en existencias de laca. Se veía cómo la vía subía en espiral rodeando su luminosa papada, poblada de robles. En su bigote se levantaban los primeros hogares, que perdíanse hacia arriba como las casas colgadas de la antigua Cuenca. No pasó mucho tiempo hasta que se oyó por los altavoces una voz de niño pequeño que anunciaba la llegada:
- ¡Próxima parada: cabencia!

El tren se detuvo y los dos dadásofos se acercaron a la puerta del vagón. Allí, en el andén de la estación, situada en la fosa nasal derecha (no se sabrá en esta historia para qué se usaba la otra), una colorida multitud compuesta de hombres, mujeres y otras personas disfrazadas de payaso cuyo sexo, evidentemente, no podía descifrarse vitoreaban a los recién llegados. Luego supieron que el mono iba con ellos, y le vitorearon también. Los arlequines, cargados con los absurdos equipajes dadá abrían paso entre los cabencios a la comitiva. Dentro del ferroviario edificio estaba la alcaldesa. No se sabía si estaba más entrada en carnes que en años, pero vestía un traje aparentemente caro. Sin embargo, no tenía cabeza y eso hacía extraño el hecho de hablar con ella:

-¡Bienvenidos a Cabencia! -les dijo alegre la gorda y amable alcaldesa, con extraña voz corrompida por el DYC.
-Es irónico que nos diga eso una descabezada -apuntó el mono. Éste se llevó un sonoro periodicazo por parte de uno de los arlequines, que hizo que se escondiera tras las piernas de Schiele para rascarse la cabeza.

-Están ustedes en casa. Dejen que su equipaje sea llevado al hotel y acompáñenme a honrar con su visita mi cabécica ciudad -continuó la alcaldesa. Su amplia sonrisa era sincera e imborrable.

Los dos dadásofos junto con su mono acompañaron a la alcaldesa a la calle para dar el paseo de bienvenida. La multitud les siguió jubilosa y con escándalo. Fuera les esperaba un sidecar, suficientemente amplio para los cuatro. La alcaldesa se puso frente al manillar y empezó la visita, a una velocidad extremadamente lenta. Los cabencios empezaron a caminar lenta pero animadamente tras el vehículo. En la puerta de la estación se quedó un viejo mendigo que enseñaba a conectar oraciones simples mediante una hábil utilización de adverbios y otros elementos lingüísticos a cambio de unas monedas o un cartón de vino.

-Verán -comenzó de nuevo la alcaldesa (y aquí se abre un largo paréntesis en mitad de la oración porque hay que señalar, antes de seguir con la conversación que nos atañe, que el mono se encontraba realmente nervioso, pues no dejaba de asustarse del hecho de que una persona sin cabeza les llevara en moto, pese a que ésta no alcanzaba más velocidad que la del paso de un hombre)-, verán: Cabencia ha cambiado mucho desde la revolución del año pasado. En realidad aquí no hubo una revolución simultánea. Pese a que los periódicos describían con espanto el absurdo que invadía el país, no empezamos a participar de él hasta que vimos la inmensa felicidad con la que empezaron a vivir las comarcas vecinas, que a su vez no empezaron a participar de él hasta que no vieron la inmensa felicidad con la que vivían en la meseta, y así sucesivamente. La revolución viaja más rápido que ustedes, venerados dadásofos.

Matías y Schiele escuchaban atentos mientras recorrían las calles de la cabéncica cara, ascendiendo hacia el ojo derecho.

-¿Y qué saben de la hostilidad gabacha? -preguntó Schiele, preocupada.
-Algunas cosas sabemos. Los marineros nos cuentan los desprecios y ataques que sufren en la Costa Azul. Dicen que preparan algo, que el resentimiento, fundado en el miedo, es creciente. Persolamente creo que nos tienen pavor, pero no entiendo por qué. Todo ha sido mucho mejor desde el cambio, tanto que perdí la cabeza.
-¿Y dónde está ahora? -preguntó el mono, nervioso.
-¿El qué?
-Su cabeza, naturalmente.
-Pues está en...

Y el coche continuó el paseo. Al atardecer alcanzaron el final de la ruta, donde el dadásofo principal de la ciudad les recibiría para continuar la visita. Un hombre vestido de rey medieval les ofreció chocolate y bollos.

lunes, 4 de febrero de 2008

Sonrisas gratis 02


Matías bebía sosegadamente en un sillón, y Pedro, el
mayordomo, disfrutaba del vino que muchas veces olía y pocas degustaba.

A los pocos minutos llamaron a la puerta de la sala con los nudillos de una mano. Pedro se levanto a abrir y luego anunció:

-Schiele entra en la sala.

-Bienvenido sea, Pedro.

Schiele entró en la sala sin su gabardina, que para eso vivía también en el palacio. No se sentó: fue directo al sillón donde Matías sostenía su copa de vino tinto y le arrojó a la cara un periódico del día:

-¿Tensión en la frontera? -se atrevió a decir Matías.

-Mira lo que has hecho. -le recriminó Schiele. -Pensabas que lo del parque sólo repercutió sobre la cuidad. Todos aquí fueron felices ese mismo día y, al cabo de un año, el país vive en la dicha del dadá. Ahora los países fronterizos no nos dejan acercarnos a los bordes.

Matías abrió el periódico:

"Los gobiernos de Gabachistán y Toallópolis han declarado el estado de emergencia debido al empuje de los dadaístas que son felices cerca de la frontera. Ellos ofrecen amor a los guardias. Éstos les han estado recibiendo con pelotas de goma. Se calcula que durante el último mes han muerto unos 300 dadaístas felices, 2 de ellos por las contusiones de los pelotazos, mientras que los 298 restantes presentaban síntomas de pena por no poder ver sonrientes a sus camaradas extranjeros. Algunos se defendieron arrojando a los extranjeros cámaras con diapositivas del zoo de Madrid.

Tanto el gobierno de Gabachistán como el de Toallópolis (sumando Andorra, que ha quedado bajo protección gabacha) han cerrado sus fronteras para prevenir la infección dadaísta. Los disparos de pelotas de goma y el mal rollo continuarán durante las tres próximas semanas, según declaraciones del dueño de Gabachistán."

¡Qué mal rollo!

Schiele puso su mano sobre el periódico para ver la cara de Matías tras leer las crónicas.

-Ciertamente es un problema, querido. Nadie nos acepta. -dijo Matías.

-Pensaste que todo era una broma, que podías liberar a la región y olvidarte de todo. La felicidad se ha extendido por todo el país hasta que se ha topado con las fronteras. No me extraña que en Gabachistán y Toallópolis estén asustados y de mal rollo. Peligran sus mocasintes, los estancos y sus identidades como nación. Corren el riesgo de ser felices en menos de un mes si no se hacen más agresivos en sus fronteras -y Schiele hizo un gesto serio. Hemos desatado una epidemia, y el palacio es el primero y único responsable.

-El hombre nuevo es ambicioso, querido -le respondió Matías-, pero tienes razón, somos los responsables: tú, yo y todos los felices del país.

-Pues es hora de que seamos consecuentes con lo que planeábamos. Parecía que este día no iba a llegar nunca.

-Pues ha llegado. A mí también me da pereza, pero es nuestra responsabilidad. ¡Pedro! -gritó Matías- Es hora de preparar los equipajes. Nos vamos.

-¿Llevarán a Tristan con ustedes, señor? -respondió el mayordomo.

-Sí, Pedro. Es horrible, así que seguro que nos es útil. Queda mucho por delante. Prepáralo todo para mañana por la mañana.

Entonces Pedro desapareció por la puerta y a los quince minutos trajo a un mono titi en una jaula. Llevaba el mono un fez rojo del tamaño de un dedal, un boli Bic en una mano y una libretilla roja en la otra. Cuando Pedro dejó la jaula sobre la mesa del salón el mono protestó:

-Ya era hora, panolis.

A la mañana siguiente Schiele bajó en pijama al salón y vio que Pedro había terminado de preparar y comprimir todo el equipaje. Había dos grandes montones de bolsas y maletas, dos mochilas y, en medio, el mono atado a la ventana, con una pequeña mochila a su espalda. En la mesa había servidos dos banana split y dos cafés cortados. Se sentó y mordió el plátano de su banana split. A los diez minutos tenía frente a sí a Matías, mordiendo el suyo. Cuando iban terminándolo Pedro tocó su matasuegras y anunció:

-El carruaje está listo. Tienen todo lo que necesitan en este sobre que contiene la cara de José Antonio Primo de Rivera sonriendo de frente a la cámara.

-Estás en todos los detalles. -confesó Matías a Pedro, agradecido.

A la media hora Schiele y Matías estaban en la estación central de tren de Dadápolis, junto con el mono titi. Pedro y dos arlequines colocaban el equipaje en el vagón de saltimbanquis.

-¿Por qué un tren tiene vagón de saltimbanquis? -preguntó uno de los arlequines.- ¿Y por qué se usa para guardar el equipaje de la clase preferente? No entiendo nada.

-Y lo pregunta un arlequín... -susurró Pedro.

A las once de la mañana, con sol de justicia, un periódico verde en las manos de Schiele y otro rosa en las de Matías, el mono bebiendo té de canela, las gaviotas tarareando una canción de Julio Iglesias, las vías centelleando la mañana radiante y la radio emitiendo sonidos de pato, la estación central de dadápolis vio partir a un tren multicolor, dirección este, con poca prisa, phoskitos en el vagón cafetería, una mujer gorda de camarera, un maquinista que en su juventud había frecuentado el Ateneo Anarquista y un cantante que había comprado un billete para poder actuar al día siguiente en un pequeño pero singular pub de Valencia.

La circunstancias del viaje no vienen al caso, pero quizá sean contadas en otra ocasión.

viernes, 1 de febrero de 2008

Sonrisas gratis

"¿Qué hay de autobiográfico en su obra?"
F. Schwarzt

Matías se levantó, se puso la bata, tomó su vaso de leche y empiezó a leer el periódico y la agenda.
-Feliz cumpleaños, señor -dijo el mayordomo.
-Gracias Pedro.

Luego se vistió con el traje negro y bajó a la bodega. Allí encontró una caja de madera vieja muy parecida a lo que quería. Salió de palacio, calle abajo, hasta la puerta principal del parque. Había varias personas subidas en sus cajas vociferando. Algún despistado sin mucho que hacer se paraba y escuchaba. Matías puso su caja en el suelo y se subió. Se estiró el traje y sacó un puro. Fumaba rápido. De pronto, gritó al de la caja de enfrente:
-¡Usted! ¡Es usted un canalla! ¡Usted no sabe fumar! ¡No es más que un montón de tontería con traje negro!
-¿Yo? ¡Si yo no fumo, oiga! ¡Y el que lleva un traje negro es usted!
-¿Usted fuma? -insistía Matías.
-¡Ya le digo que no!
-¿Y tiene algún traje negro?
-¡Sí, pero eso no viene al caso! -se defiendió el pelele.
-¡Entonces todo lo que he dicho es verdad! -y Matías le hizo una estúpida sonrisa. El pelele entonces se bajó de su caja y se acercó a la de Matías, en un lado de la explanada, con ojos agradecidos:
-¡Gracias por liberarme! ¡Ahora soy un hombre nuevo!
-¡Claro que lo eres, un hombre nuevo, tonto y feo! Ahora tenemos que seguir liberando a la gente de su belleza y de su razón práctica. ¡Tráeme un cartón y lápices de colores, mi feo y estúpido amigo!-y concluyó esto con una nueva sonrisa y un guiño.

Corrió el liberado feote hacia la librería con el dependiente más feo y feliz de todo el país de los hombres del mañana. Cuando volvió cogió Matías los lápices con el puño y escribió con infantil letra: "SONRISAS GRATIS, A CAMBIO TE LIBERO".

La gente no paraba. Sacó entonces un taburete de su cartera y lo puso sobre la caja de madera. Pidió a su nuevo amigo que se sentara allí y él se quedó abajo. Mientras todo el mundo pasaba de largo, empezó a gritar:
-¡Usted! ¡Eh, usted! ¡Es usted una fea de mierda! ¡Es usted más fea que este tío! -y señaló a su amigo.
-¡Sus cuernos y su maldita calavera son feos, desgraciado! -contestó una señorita alta, rubia, con soñoras botas de tacón, un bolso de moda, cara seria y bigote.
-¡Usted no tiene bigote y para colmo es una embustera zorra y súper súper sexy(1)! -sentenció Matías, dedicándole una vacía y estúpida sonrisa, mientras se sacaba un moco con el índice. Ella no pudo más que rendirse a sus pies:
-¡Gracias por liberarme! ¿Soy ahora el hombre nuevo?.
-Claro. Cuéntaselo a las zorras de tus amigas y que no olviden venir. -le respondió el trajeado y filósofo hombre palaciego.

Esta escena se repitió durante toda la mañana. Hacia las once tenían Matías y su horrible amigo un corro de unas cincuenta personas que oían sus consignas y veían cómo elegantes chaquetas de moda se convertían en carcasas de la sonrisa más horrible, vacía, fea, suprema, feliz y envidiable.


Un grupo de colegiales acaba de ser liberado. Antes guapos y
con porvenir, hoy son felices y siempre paran en los pasos de peatones.

Un año después, el paro aumentó un 30%, las rentas bajaron, las terrazas no tenían sitio. La gente sonreía sin parar. Los hijosdeputa acababan con palillos de dientes rotos en la ropa interior. Las camas estaban hechas y con bonitas colchas. En la ciudad se alimentaba a las palomas con el tocino sobrante del jamón.

La Iglesia culpó de todo a la izquierda.
La derecha culpó de todo a la izquierda.
El perro de la viuda de quinto, católico y de derechas, culpó a la izquierda.

Esa mañana, justo pasado un año de aquel día, Matías encendió la radio. En la primera emisora un obispo acusaba a Zapatero de los palillos de dientes en su ropa interior. En la segunda un dirigente con tierras en la provincia de Valladolid acusaba a Zapatero de que el portero, su chófer y el que le ponía el café no paraban de sonreírle con total descaro sin que nadie intentara remediarlo. En la tercera emisora un hombre maravilloso y feo, con una también fea y maravillosa sonrisa cantaba al son de su maravillosa y fea guitarra:

Amarillo colorado
Por el charco bautizado
Resecando por el sol,
Loco como el rock 'n' roll

Papel de chicle no me canso de mirar
Los colores me afectan y no voy a explicar
Papelito antes amarillo,
ahora indeciso,
Manana blanquillo;
Amo los colores aclarados un monton

Asi se pueden afectar mi corazon.


Matías, contento, tocó la campana del mayordomo.
-¿Señor? -contestó rápido el primero de los liberados, cuidador y gestor del palacio.
-Pedro, siéntate aquí conmigo. Este vino era para nosotros.
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(1)