lunes, 4 de febrero de 2008

Sonrisas gratis 02


Matías bebía sosegadamente en un sillón, y Pedro, el
mayordomo, disfrutaba del vino que muchas veces olía y pocas degustaba.

A los pocos minutos llamaron a la puerta de la sala con los nudillos de una mano. Pedro se levanto a abrir y luego anunció:

-Schiele entra en la sala.

-Bienvenido sea, Pedro.

Schiele entró en la sala sin su gabardina, que para eso vivía también en el palacio. No se sentó: fue directo al sillón donde Matías sostenía su copa de vino tinto y le arrojó a la cara un periódico del día:

-¿Tensión en la frontera? -se atrevió a decir Matías.

-Mira lo que has hecho. -le recriminó Schiele. -Pensabas que lo del parque sólo repercutió sobre la cuidad. Todos aquí fueron felices ese mismo día y, al cabo de un año, el país vive en la dicha del dadá. Ahora los países fronterizos no nos dejan acercarnos a los bordes.

Matías abrió el periódico:

"Los gobiernos de Gabachistán y Toallópolis han declarado el estado de emergencia debido al empuje de los dadaístas que son felices cerca de la frontera. Ellos ofrecen amor a los guardias. Éstos les han estado recibiendo con pelotas de goma. Se calcula que durante el último mes han muerto unos 300 dadaístas felices, 2 de ellos por las contusiones de los pelotazos, mientras que los 298 restantes presentaban síntomas de pena por no poder ver sonrientes a sus camaradas extranjeros. Algunos se defendieron arrojando a los extranjeros cámaras con diapositivas del zoo de Madrid.

Tanto el gobierno de Gabachistán como el de Toallópolis (sumando Andorra, que ha quedado bajo protección gabacha) han cerrado sus fronteras para prevenir la infección dadaísta. Los disparos de pelotas de goma y el mal rollo continuarán durante las tres próximas semanas, según declaraciones del dueño de Gabachistán."

¡Qué mal rollo!

Schiele puso su mano sobre el periódico para ver la cara de Matías tras leer las crónicas.

-Ciertamente es un problema, querido. Nadie nos acepta. -dijo Matías.

-Pensaste que todo era una broma, que podías liberar a la región y olvidarte de todo. La felicidad se ha extendido por todo el país hasta que se ha topado con las fronteras. No me extraña que en Gabachistán y Toallópolis estén asustados y de mal rollo. Peligran sus mocasintes, los estancos y sus identidades como nación. Corren el riesgo de ser felices en menos de un mes si no se hacen más agresivos en sus fronteras -y Schiele hizo un gesto serio. Hemos desatado una epidemia, y el palacio es el primero y único responsable.

-El hombre nuevo es ambicioso, querido -le respondió Matías-, pero tienes razón, somos los responsables: tú, yo y todos los felices del país.

-Pues es hora de que seamos consecuentes con lo que planeábamos. Parecía que este día no iba a llegar nunca.

-Pues ha llegado. A mí también me da pereza, pero es nuestra responsabilidad. ¡Pedro! -gritó Matías- Es hora de preparar los equipajes. Nos vamos.

-¿Llevarán a Tristan con ustedes, señor? -respondió el mayordomo.

-Sí, Pedro. Es horrible, así que seguro que nos es útil. Queda mucho por delante. Prepáralo todo para mañana por la mañana.

Entonces Pedro desapareció por la puerta y a los quince minutos trajo a un mono titi en una jaula. Llevaba el mono un fez rojo del tamaño de un dedal, un boli Bic en una mano y una libretilla roja en la otra. Cuando Pedro dejó la jaula sobre la mesa del salón el mono protestó:

-Ya era hora, panolis.

A la mañana siguiente Schiele bajó en pijama al salón y vio que Pedro había terminado de preparar y comprimir todo el equipaje. Había dos grandes montones de bolsas y maletas, dos mochilas y, en medio, el mono atado a la ventana, con una pequeña mochila a su espalda. En la mesa había servidos dos banana split y dos cafés cortados. Se sentó y mordió el plátano de su banana split. A los diez minutos tenía frente a sí a Matías, mordiendo el suyo. Cuando iban terminándolo Pedro tocó su matasuegras y anunció:

-El carruaje está listo. Tienen todo lo que necesitan en este sobre que contiene la cara de José Antonio Primo de Rivera sonriendo de frente a la cámara.

-Estás en todos los detalles. -confesó Matías a Pedro, agradecido.

A la media hora Schiele y Matías estaban en la estación central de tren de Dadápolis, junto con el mono titi. Pedro y dos arlequines colocaban el equipaje en el vagón de saltimbanquis.

-¿Por qué un tren tiene vagón de saltimbanquis? -preguntó uno de los arlequines.- ¿Y por qué se usa para guardar el equipaje de la clase preferente? No entiendo nada.

-Y lo pregunta un arlequín... -susurró Pedro.

A las once de la mañana, con sol de justicia, un periódico verde en las manos de Schiele y otro rosa en las de Matías, el mono bebiendo té de canela, las gaviotas tarareando una canción de Julio Iglesias, las vías centelleando la mañana radiante y la radio emitiendo sonidos de pato, la estación central de dadápolis vio partir a un tren multicolor, dirección este, con poca prisa, phoskitos en el vagón cafetería, una mujer gorda de camarera, un maquinista que en su juventud había frecuentado el Ateneo Anarquista y un cantante que había comprado un billete para poder actuar al día siguiente en un pequeño pero singular pub de Valencia.

La circunstancias del viaje no vienen al caso, pero quizá sean contadas en otra ocasión.

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