domingo, 10 de junio de 2007

Candidato a mesías

Andaba yo en el despacho, con las gafas puestas, simulando trabajar, pues en realidad estaba empleando la mañana en desdoblar los picos de un libro pesado. Entonces sonó el interfono, que dijo:
- ¡¡Don Antonio!!

¿Quién diablos era don Antonio? Y de pronto irrumpió en la habitación Antonio Hidalgo, con las piernas en A, los brazos en jarra y una sonrisa misteriosa, con la boca cerrada y las comisuras de los labios encogidas. Me ajusté las gafas y me agarré a la silla: ¡Señores, una estupidez está a punto de ocurrir en este despacho!

- ¡Soy Antonio Hidalgo!
- Muy bien, pero haga el favor de cerrar la puerta -y la cerró sin dejar de mirarme, ahora serio. Se sentó antes de que se lo pidiera, pero aun me dio tiempo a decirle:

- Usted dirá.
- Vengo a solicitar la plaza vacante de mesías que anunciaron en el periódico. Tengo que aprovechar para decir que me parece muy mal que se anuncien trabajos como éste en Tercera mano. Desde que el Cielo lo gobierna la izquierda no funcionan las cosas con elegancia.
- Lo anunciamos donde la gente busca trabajo. Además, acabó encontrando el anuncio, ¿no? Eso es que es práctico. ¿Ha traido el curriculum?

Y Antonio me entregó un par de folios, encabezados con la foto de la portada de uno de sus discos. Tengo que confesar que si me agarré las gafas con los dedos de una mano al leerlo fue por hacerme el importante y hacer un poco de presencia ante él, porque el curriculum me estaba pareciendo grotesco.

- Bien -dije rompiendo-, parece que es usted un hombre con experiecia. ¿Por qué cree que es lo que necesitamos para mesías?
- Verá, usted me conoce y sabe que nadie me odia -respondió arriesgándose a que tal afirmación dejara de ser cierta desde ese momento-, y como no me da vergüenza hablar en público podría difundir su mensaje. Además, canto; podía cantar canciones sobre ustedes. Las mujeres maduras me quieren y soy amigo de Ana Rosa, a la que todo el mundo quiere mucho también.

Asentí con la cabeza, dejé pasar tres segundos en silencio y descolgué el teléfono:
- ¿Andas por allí?
- ...
- Vale -dije, volviéndome luego a él:

- Espere cinco minutos; voy a hacer una copia de su curriculum para poder decidir luego con mis compañeros.

Salí por la puerta de la derecha, crucé el pasillo y llamé al despacho de Schiele. Le dejé los dos folios sobre su mesa y los leyó con media sonrisa, mirándome de vez en cuando casi sin levantar la cabeza. Luego dijo:

- ¿Otro?
- Sí querida; otro imbécil que quiere ser mesías.



[CONTINUARÁ]

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