domingo, 8 de abril de 2007

Sinos

Dormiditos como están, casi sin hacer ruido, descansan inconscientes de que dos fantasmas los observan impacientes, ansiosos por ocuparlos como una carcasa hecha de carne. Uno de ellos tiene un palo para poder despertarlos. Es el dueño genético que se vale de su vara para pinchar allá donde mejor convenga; todo sea por cuidar esa carga que habrá que dejar en alguna desprevenida. Pincha entonces el fantasma en el estómago y los despierta, ávidos de tostadas con café.

Una vez despiertos los dos aprovechan, el fantasma del palo y el otro, que aun no se ha presetando. Es el alma que se oculta dentro de la cartera, detrás de los carnets (esos plásticos que indican el número de serie de la carcasa cárnica en cuestión). Su misión como perdida ánima es servirse de estos cuerpos para que lleven su esencia hasta las cajas registradoras de las ciudades de más de 100 000 habitantes. Estas cajas registradoras son nichos donde el ente de celulosa de colores descansa, siendo el cúlmen de su misión. Nadie sabe cómo (quizá por aquello que llaman Dios) acaba esta sobrenatural cosa otra vez desperdigada en las carteras de estas pobres criaturitas. Afortunadamente sabe esta esencia monetaria, gracias a sus dones, poseerlas para que la depositen en el regazo de las cajas del centro, las que hay dentro de los locales con felices rótulos (que no son más que indicadores para esta ánima de a dónde ha de dirigirse). Allí, el cuerpo poseído coge al ánima con dulzura y cuidado, incluso con pena por la despedida, y la deja en la mano del fiel empleado, encargado de juntarla con la madre CAJA. El cuerpecillo se va apenado, con un jersey nuevo, por ejemplo, pero sin el alma que daba sentido a parte de su vida. Sin una necesidad que satisfacer, ¿para qué vivir? Para atender a la otra.

Mientras tanto, ésta otra, la del palo, se va quedando sola (incierto, pues el ánima monetaria volverá antes o después, tras haberse vuelto a perder de los brazos de sus hermanas). Sea como sea, el alma del báculo tiene sus quehaceres. Hay que fabricar buen queso debajo del pubis, y para ello es necesaria una buena alimentación y un sueño correcto. Con estas apetencias va guiando este ente a nuestras criaturitas, critters, tamagotchis, pokemon, o como quiera que se llamen (el estado las llama 37809876-D, por ejemplo). Eso que hay debajo de pubis hay que dejarlo en alguna parte una vez que adquiere su consistencia oportuna. Es entonces cuando hay que apartar los cuidados de la carne para vender el buen queso, y preocuparse por el reparto láctico. Glorioso espectáculo es ver a todos los miembros y órganos criaturiles entretenerse en dicha búsqueda.

Todo esto, pese a ser un tipo molón, no lo he descubierto yo, sino que lo he leído en la Quo, revista que leemos las criaturas para formar una oratoria capaz de atraer a algún pedazo de carne que quiera quedarse con nuestro queso. Cosas de publicitar y fomentar la demanda de lácteos. Mas, como digo, no es un descubrimiento propio.

Sí recuerdo, sin embargo, el día en que me di cuenta de mi rol de carcasa cárnica, que fue aquella lozana mañana donde el estado me asignó mi número de serie. Quedaban descartadas mi misión como capital perdido o como fabricante de leche. Así pues, pasaban los años y vi que detenerse en el arcén de los caminos a ver pasar conejos, liebres, perdices y otras carcasas como yo que corrían prestos a vender queso o a aliviar al capital con sus hermanas a la ciudad, molaba.

De este modo abandoné los cuidados de mi fábrica de queso, dándome a otras actividades que no hacían más que empeorar la calidad de mi leche. Por otra parte, ésta acababa sin repartir y se derramaba en el patio. En cuanto al capital, que se acercaba a mí para pedirme que lo llevase a los locales del centro, acababa amontonado también en el patio. Terminó siendo mi pubis un vertedero de queso y capital almado que no sabía bien dónde dejar. El colmo de lo bizarro llegaba cuando utilizaba las tristes ánimas del dinero para corromperme.

Un día estaba yo apaleando mi cuerpo cuando vi entrar a cinco afeita-ranas, carcasas completamente poseídas, en pleno proceso de satisfacción de sus dos almas parásitas. Se detuvieron en la parte del arcén donde estaba y me miraron con desprecio. Yo pude ver el odio en sus ojos, y me di cuenta de que éste era el de las dos ánimas directoras que veían cómo me escapaba a su poder, al menos por ahora. Torcieron las cinco bocas que estaban controlando y giraron las cinco cabezas por encima de cinco de los hombros, coléricas por negarme a participar en el cíclico ballet de la vida. Me quedé pensativo y finalmente subí de nuevo a la rama del árbol donde dormía esa noche. Cuando anocheció me alegré de saber defenderme de esas dos zorras, pero también me apena sospechar que acaso algún día acaben por violarme.

1 comentario:

Anónimo dijo...

"En ese momento el derrumbamiento de su valor y de su voluntad era tan brusco que llegaba a parecerle que ya no podría nunca salir de ese abismo. En consecuencia, se atuvo a no pensar jamás en el término de su esclavitud, a no vivir vuelto hacia el porvenir, a conservar siempre, por decirlo así, los ojos bajos."

A. Camus