martes, 3 de agosto de 2010

Panadera

Como Ramón llevaba tiempo comportándose de forma muy rara, tuve que mandar al mono seguirle para cerciorarme de que no hacía nada depravado.

Por aquel entonces, todos los lunes iba Ramón a la panadería a medio día para comprar dos panes, tres botellas de vino y una docena de huevos para la semana. Al llegar el frío empezó a venir triste con la compra, y fue cuando saltó la preocupación. El contacto con la panadera era exactamente como seguía:

-Deme dos sollapas, tres botellas de muliterno y una docena de huevos.
-Aquí tienes... sesenta, setenta, ochenta y veinte euros. ¡Gracias!

Un día, sin embargo, Ramón varió la oración, y todo empezó a cambiar.

-Deme dos sollapas, tres botellas de muliterno y eres guapísima.

La panadera no se inmutó, y al poco se volvió, aunque por primera vez, seria cual conductor de autobús:

-...sesenta, setenta, ochenta y veinte. ¡Gracias!

Pasados siete días, Ramón llegó algo más tarde de lo habitual. Había ido a otro sitio a comprar y, evidentemente, los huevos eran poco mayores que testículos de lemur. No me quedó más remedio que llamarle zopenco y golpearle con un periódico, pero noté que estaba muy triste. Así estuvo todo un mes, trayendo esos huevos de corral industrial regentado por alcohólicos pegamujeres. Justo cuando iba a lanzarme a preguntarle cómo podía ayudarle, vino un lunes feliz, con huevos gordos y castaños como puños de manchego. El mono me contó a escondidas su vuelta al pan de siempre:

-Deme dos sollapas, tres botellas de muliterno y una docena de huevos.
-Aquí tienes... sesenta, setenta, ochenta te quiero. ¡Gracias!

No sabemos qué pasó después. El mono tenía huevos de calidad, buen vino y pan. Ramón, por su parte, todo un año de banquete.

2 comentarios:

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