El camión de bomberos corrió hasta palacio, donde se bajaron los jóvenes castores para refugiarse de tan horrible orgía de jabón.
-¡Necesitamos ayuda! -lloraba el dadásofo local.
El mono bajó del hombro de Schiele y encendió una pipa. Matías y Schiele, mientras tanto, se batían en pulsos chinos.
-Lo primero es huir de la ciudad -concluyó el mono. Miró a Schiele y éste asintió, saltando entonces el primate hacia la mochila de Matías. El dadásofo reflexionó sobre las posibilidades:
-Sólo se puede salir de esta cabeza grasienta por tren o por aire. La ladera oeste está llena de pelo tintado y grasa, y por el este nos perderíamos en la papada.
-¿Y si miramos qué tal están las vías? ¿Está lejos la estación? -questionó Matías sin dejar de defender su pulgar del de Schiele. El dadásofo se dio la vuelta y desapareció por la puerta. El duelo chino de pulgares continuó en silencio, con los dientes de ambos caballeros rechinando. Mientras el juego continuaba salió el monete de la mochila con un tubito de color rosa, con bolitas metálicas en una punta. Se asomó a la ventana y sacó del tubo un palo con un aro adherido a un extremo, lleno de jabón. Sopló y ridículas burbujitas volaban por la ventana, mezclándose con las de la calle, pero destacaban por tener un color rojo claro. Las de la calle, en cambio, eran de color azul.
Un fuerte portazó quebró esta ñoña escena. En el umbral de la puerta de la habitación apareció un trajeado tipo con excelente peinado, portando un maletín del que sobresalían algunos folios.
-¡Vosotros! ¡Eh, vosotros! -les gritó, pero ellos apenas volvieron la cabeza hacia él, silenciosos, y no se apreciaba mucha agitación pese al portazo.
-¿Habéis pensado en el futuro? ¿Sabéis qué será de vosotros cuando lleguen las vacas flacas? Yo tengo soluciones: os ofrezco un seguro de vida un 10% más barato que el de la competencia.
Los tres miraban callados. De pronto continuó el pulso chino, pero el mono no dejó de mirar al joven agente de seguros. Éste, hábil en su trabajo, se dio cuenta de su oportunidad y aprovechó el "efecto de pie en la puerta". Se apresuró al encuentro con el mono Tristán, que dio un paso atrás. Si no pensaba algo rápido iba a quedar asegurado con una cómoda póliza que le cubrirían desperfectos en las tuberías y mano de obra de fontanería garantizada.
-¡Aléjate! -le gritó el titi Tristán. Pero el asegurador no podía dejar de aprovechar una ocasión así. El mono se asustó y consideró cómo defenderse. Sólo tenía en la mano el tubo con jabón y el aro de hacer burbujas, y si se lo lanzaba se mancharía de jabón, causa de los males que azotaban la cabécica ciudad de Cabencia. El asegurador ya tenía el folleto en la mano para entregárselo cuando el mono, en un intento a la desesperada, sopló una grandísima burbuja que creció contra el agente. Pronto fue lo suficientemente grande como para atrapar al limpio y eficiente empleado de la aseguradora, que no pudo escapar de aquella esfera rojo transparente. La bola empezó a moverse convulsamente y al mono le pareció con vida propia, como nerviosa. Matías y Schiele iban 14 a 12 y luchaban al mejor de 30 manos. Tristán se asustó de los botes veloces de la burbuja y se escondió en la mochila de nuevo. El emburbujado asegurador se precipitó por la ventana en cuanto la esfera encontró el marco. Por el cielo lo vieron escapar los dos duelistas, que cesaron su juego ante el bello espectáculo de un agente de seguros volando sobre Cabencia dentro de una rojiza burbuja de jabón.
Al poco volvió el dadásofo local, que vio el suelo manchado del jabón del mono.
-¿Qué ha pasado aquí? ¿Cómo es que el jabón ha llegado a la habitación? -y al poco Schile le contó lo que había pasado. El mono se asomó por la boca de la mochila, aun asustado, y atendió a la explicación. Luego vieron que el dadásofo traía una larga cuerda negra.
-Así que hemos estado en peligro de caer asegurados... Tenemos que irnos en cuanto podamos. Mirad, esto... -y lanzó parte de la gran cuerda por el suelo enjabonado de la habitación antes de seguir explicando- ...es algo que nos puede ayudar a salir de la ciudad. La cabeza necesita gafas, pero sólo se las pone para hacerse la intelectual delande de algún viajero que pasa cerca de aquí. Es entonces cuando se pone las gafas para leer estupideces que no entiende. En cuanto ha terminado vuelve a quitárselas, pensando que las regiones adyacentes admiran su belleza. Si atamos las patillas de las gafas a las orejas, podremos salir de la ciudad subidos en ellas y volver en cuanto la cabeza vuelva a leer algo. Podremos preparar fuera una estrategia y volver.
Matías sentenció entonces:
-El mono y yo pondremos el extremo norte y vosotros el sur. Nos podemos reunir aquí. Tomad esto -y Matías les entregó el tubo de jabón.
Los cuatro salieron de la habitación corriendo. Habría que tener cuidado por las calles de aquella limpia y eficiente ciudad occidental.
lunes, 24 de marzo de 2008
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2 comentarios:
Querido Matías:
Espero con impaciencia la última entrega.
Atentamente,
Schiele
buenas...
soy una oveja en desarrollo,observame u olvidame.
http://ovejja.blogspot.com
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