Yendo de viaje a Softonia para visitar a los liberados pasamos por la región de Loseras. Este país, con una única villa del mismo nombre, es famosa por sus mujeres, muy numerosas y entre las más exuberantes del mundo. Al mismo tiempo, sufren también una bajísima tasa de natalidad. La carretera, que parte el pueblo en dos, estaba esta vez muy rara. En otras ocasiones la habríamos encontrado llena de terrazas con muchachas yendo y viniendo y camareros atareados, mientras los viajeros esquivábamos sonrientes a las zigzagueantes furcias. Ahora las chicas se reunían en racimos, vestidas con ropa cara pero más escasa que antaño, mientras los zagales se veían de dos modos: los que bebían en grupos de tres o cuatro, pálidos y en silencio, y otros que llamaban la atención de las manadas de zorras.
Al volver de Softonia, donde nos atendieron con risas y vino de la tierra, nos sorprendimos mucho al pasar por Loseras. No quedaba nada de aquéllos que se dedicaban a llamar la atención de las chicas. Ahora se veían algunos de sus cadáveres desperdigados, y aquí y allí algún cuarteto de zorras devorando in situ a los pocos que quedaba vivos. La otra especie de chavales seguía bebiendo en las terrazas en silencio, mirando desde su palidez. El mono chilló y manoteó con sus deditos el volante, así que paramos en medio de la villa. Nos acercamos a una terraza y pedimos bananaesplís y lloniuoquer con esprai y aproveché para preguntar al camarero.
-Los muy tontos las convencieron de que cada vez estaban más tremendas. Las alimentaron durante algún tiempo con brugal y cumplidos baratos. Cuando nos quisimos dar cuenta los estaban desgarrando con los dientes -y tiró la bandeja, porque una zorra se había subido a la mesa. Ropa de Blanco elegantísima, pero que dejaba ver la redondez de sus tetas y sus muslos. Pinchó con sus largas uñas el cuello de la camisa del camarero y le gritó:
-¡Eshtoy bueníííííshima...!¡Shí o no?
-Sí-sí-sí -y siguió diciéndoselo con meneos de cabeza. Ella abrió la boca para devorarlo pero a su cabeza fue a parar la copa del mono, que le acertó entre los ojos. La furcia volvió la cabeza hacia nosotros. El camareró corrió hacia el interior y cerró a cal y canto. Ramón metió la mano en su mochila y sacó un suvenir de Roma, lo lanzó lejos y la lechugófaga saltó a por él. Nos metimos en el coche y huimos.
viernes, 14 de mayo de 2010
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2 comentarios:
Me ha resultado muy entretenido, la verdad; hacía tiempo que no leia un relato de terror, furcias, pagafantas y lloniuoquer con esprai tan bueno.
Es un recuerdo muy desagradable, mi querido Alejandro.
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