viernes, 13 de noviembre de 2009

Secuestro 1/3

Días de mofa sobre Lucía Evecharría condujeron a la ira de su vello púbico. Tras dos semanas de persecución, pensamos haber eludido el tesón de ese matojo. No imaginábamos lo equivocados que habíamos estado. Fue al anochecer cuando ocurrió. Volvíamos del paseo el Saramáguico mono, Ramón y yo. Ya estábamos abriendo las puertas del Kremlin... Y sucedió. Nos vimos de repente envueltos en una masa de pelo con olor a sudor. Estaban furiosos. Aún recuerdo el tintineo de sus tarzanillos, rojos y amarillos, como el ámbar. Nos dejó inconscientes un hedor y un ruido insoportables. La negrura, el sueño...

Desperté al notar un seco impacto en el trasero contra algo contundente: era el suelo. Vi al mono portugués frotarse el suyo con sus manitas. Ramón aún dormía. Con zarandeos, aún con el olor del orín de una menopausia perpetua, despertó. Nos erguimos con lentitud y sacudimos nuestras ropas. Una atmósfera húmeda y tibia envolvía todo. Había follaje a nuestro alrededor, sobre todo matorral, pero en general todo tenía el aspecto de selva tropical.
-¡Eeeeeeecuáááááááániiiiiiimeeeeeee!
El terrible sonido nos atravesó las entrañas. Dos veces más, el alma de la selva repitió su amenaza. No supimos dónde correr, así que quedamos muy juntos. Necesitábamos agua, comida, un techo donde pasar la noche, averiguar donde estábamos y a dónde podíamos ir y, sobre todo, unas mascarillas. Ahora un leve temblor de tierra. Siguiendo un estrecho sendero, logramos descender lo que parecía ser un gigantesco valle. Al llegar a un claro, percibimos que se trataba de un cráter.




¡Oh, malditos pelos de Lucía Evecharría! ¿A qué infierno nos has traído? Cuando terminamos de descender la pendiende, oímos un nuevo alarido de la selva, largo y pesado: "¡Paaaaaraaaadiiiiiiiigmaaaaaaaaa!". Qué grave voz tenía el demonio del bosque. El olor a húmedo se intensificó. Dimos, finalmente, con una casita junto a un lago. Sobre una amplia ventana podía leerse: "LAGO DE LA SAL. Alguiler de botes - pescado a la brasa". Un viejo, bajito, delgado y encorvado, secaba cubiertos hasta que percibió nuestra llegada. Desde la ventana nos gritó:

-¡No os asustéis! ¡Bienvenidos al Ombligo de José Manuel de Prado!

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