lunes, 25 de enero de 2010

El justamente olvidado género epistolar

AVISO: Esta crónica contiene pedanterías, lenguaje pretencioso y un pésimo gusto rococó. No es apto para el consumo humano.



Tras la caída de la reina Softona la mierda inundó un tercio de Softonia durante siete semanas, como rezan unas famosas crónicas de aquel país. Durante el desmierde posterior, sin embargo, uno de los pocos supervivientes comenzó a destacar entre el resto, un tipo al que llamaban Jonás Chamicero. Aprovechando el desconcierto, colocó cuatro estacas formando un rectángulo que abarcaba la mayor parte de la mierda que se obstinaba a derretirse, que no era poca. En algo de tiempo logró que gran parte de los softones, luchadores, trabajaran para él en las viejas canteras de mierda cuyas toneladas del valioso material habían engrandecido el nombre del país. Parece ser, por otra parte, que este caballero no era generoso con sus empleados, que trabajaban mucho, seguido y cobraban poco y en intermitencias. No tardó en llegar a nuestro kremlin otra carta de aquellas regiones, pidiendo ayuda para el pueblo softón, que veía cómo su país, rico en mierdas, no hacía feliz a sus gentes. Como no quería una guerra tan precipitada envié a Ramón para que charlase con aquel pardo caballero que, sabiendo a qué iba mi discípulo, le recibió con una olla de agua hirviendo. El pobre, sorprendido por la extraña bienvenida, montó en cólera y condenó por brujerías al empresario softón a que por su boca salieran las palabras contrarias a las que él pensara. Ramón volvió con una risa que parecía salirle del recto, risueño como las hienas. Nos contó la anécdota y aún reímos, aunque lo mejor llegó pasada otra semana en la que recibí la siguiente carta desde Softonia:

"Estimadísimo Matías:

La idea de enviar a tu discípulo para que charlase en mi casa, que es la vuestra, me pareció de un gusto magnífico y harto oportuna. Imagino que el educado y hermoso joven te comentaría mi alegría al conocer su llegada y mis deseos de que tales visitas aumenten, pues valoramos enormemente la opinión que terceros tienen sobre la gestión de nuestra empresa.

En verdad te digo que lo que se haga en este negocio es asunto del pueblo y no permitiré que nadie se quede sin conocer ni un solo detalle sobre la gerencia, especialmente en el terreno económico.

En cuanto a la opinión que mis empleados te comunicaron, tengo que decir que ese excelente grupo humano, altamente cualificado y de profundos conocimientos de sus respectivas labores, posee toda mi atención, así que sus exigencias serán satisfechas ipso facto. Piense usted que, como bien es sabido, mis cuentas corrientes se encuentran en la más obscena de las abundancias, por lo que no tendré reparos en compartirlas con el resto de la familia que compone mis negocios.

Sobre usted, por otra parte, tengo que decir que es para mí la persona cuya opinión más aprecio. Usted se ha ganado todo mi respeto y su intención de aconsejarme sobre mi gestión me ha llenado de júbilo. Por ello, deseo con todas mis fuerzas que el tráfico de su ciudad le respete en todo momento, si bien puedo enviar con un chasquido a tres de mis hombres para que mejoren su estado físico actual. La próxima vez que tenga noticias de usted yo mismo le abrazaré y besaré con todas mis fuerzas. Es usted un hermano.

Un fortísimo abrazo,

J. Ch."

Cuando por fin contuvimos las risas, redactamos entre Ramón y yo la respuesta:

"Estimadísimo y admirado Jonás,

Su carta no nos sorprendió lo más mínimo. Sin embargo, déjeme decirle que pienso escribirle en un tono similar al suyo, pues me es del todo posible igualarlo. Tras leer su opinión sobre mí y, considerando el trato humano que da usted a sus compatriotas, sólo puedo decirle que me parece su persona todo un ejemplo para la sociedad, un modelo a imitar como benefactor que no ha hecho sino mejorar las condiciones familiares de todos y cada uno de sus empleados sin reparar en ningún momento por su propio interés. Es admirable que, teniendo tan poco, pues estoy seguro de que sus cuentas no son tan abultadas como dice, sea tan generoso con su personal.

Bendigo mil veces el día en que su Señora Madre, mujer de férrea monogamia y excelente estado físico, le concibió a usted para luego honrar al mundo con su nacimiento. Dado el virtuoso hombre al que educó, sólo puedo decir que ojalá quede usted alejado lo más posible de las cunetas de las carreteras secundarias, no vea nunca su persona ningún buitre, salamandra, escorpión o rata, y viva usted por muchos años. Sin embargo, si por un casual algo terrible le sucediera, me alejaré tanto como pueda de la insípida botella de Chivas Regal que guardo en el vestíbulo para razones que en nada tienen que ver con su fallecimiento, llorando en silencio y soledad su definitiva marcha.

Estoy seguro de que, en lo sucesivo, le irá a usted muy bien. No deseo, sin embargo, noticia de ello. Su hermano,

M. Parts"

La carta cayó al buzón y allí se quedó, riéndose. Nosotros, también con pícara sonrisa, decidimos dejar de lado las desventuras de aquella desgraciada tierra de Softonia. No puede uno abarcar tanto.

jueves, 14 de enero de 2010

"Rescue me From This Hollywood Life"




Las cuatro de la tarde, copa de oporto y las suaves melodías de Ktulu, cuando el Saramáguico mono irrumpió en este mediocre éxtasis con una hedionda carta. Abierto el sobre, contenía éste un escrito de la Reina Softona en la que rogaba una visita para pedirme consejo. Softona es, para quién no lo sepa, la señora del Reino de Softonia, visible desde el segundo piso del Kremlin. No teniendo nada que hacer esa tarde, fuimos Ramón, el monete y yo a socorrer a su majestad, pues el tono de la carta no tranquilizaba lo más mínimo.

Tras una larga travesía de cuarenta y cinco minutos divisamos el palacio de la Reina, pardo entre tierras pardas que debían de ser fértiles incluso hartas de sal. La residencia real era un majestuoso edificio de color marrón que se alzaba entre el sobrio paisaje softón. Sobre el ancho cuerpo de tres plantas crecía una esbelta torre ocre como nuestras botas y el olor de la nación era distinto al de cualquier otra, de una personalidad llamativa y envolvente. Al alcanzar la entrada se abrieron los portones, marrones y de un tosco tallaje, aunque recias y contundentes. Del corto vestíbulo se alargaba un pasillo alfombrado de un delicadísimo terciopelo de la más fina mierda, con cenefas a ambos lados que representaban algunas famosas mierdas de la historia del país. A los lados del pasaje, como severas esfinges, pilares levantados con robustos bloques de mierda pura, procedentes sin duda de las conocidas canteras de mierda del norte de Softonia. La base de los mismos tenía el tallaje de Mierdón, un dios de la mitología softona que, según se cuenta, repartía mierda entre sus devotos y muchísima más mierda entre los paganos. De la bóveda colgaban, por contra, barrocas y anchas lámparas en cono inverso elaboradas con la mierda más marrón de la capital. Al final del pasillo, presidiendo el espacio, sobre tres escalones se hallaba el trono de la Reina, de una mierda tan fresca que su brillo oscurecía la delicadeza de las lámparas. Desde él nos miraba llegar sedente su majestad, vestida con codiciadas mierdas nacionales. Su túnica, de mierda de buey, aún contenía hebras de heno que los jugos del animal no habían sido capaces de rozar. Sus babuchas se componían de las durezas que sólo los más poderosos canes podían llegar a defecar. Al mirarlas se adivinaba cómo los dedos habían moldeado la mierda produciendo tal magnífico calzado. Por último, la corona se componía de diminutas mierdas de oveja en un aro, más alto sobre la frente que en la nuca.

-Gracias a Mierdón que habéis acudido a mi llamada. No tengo a nadie mejor a quién recurrir -dijo nuestra anfitriona para recibirnos-. Por favor, acomodáos y aceptad este humilde ágape -y señaló a una mesa construida con robustos bloques de mierda. Sobre ella, tres copas ofrecían una mierda líquida, aún humeante, de un color exquisito y galletas de mierda con pequeños y frágiles trozos de lo que parecía mierda antigua. El mono, pese a haber gozado en el pasado de similares invitaciones, no pudo más que apoyar una vez más sus manitas sobre la alfombra y vomitar arqueado entre violentas convulsiones.

-Su majestad, es para nosotros un honor -continué-. Pero, ¿cómo podemos asistir a vuestra excelentísima figura?
-¡Oh, Matías! Sólo tú puedes tener la respuesta. Has educado con vara de hierro a un indolente joven que encontraste un día en un teatro y a un mono nacido en la casa de un comunista. ¿Qué otra persona, si no, podría aconsejarme?
-Disculpe -interrumpió Ramón, que se movía nervioso-. ¿Sería su majestad tan amable de indicarme dónde está el servicio?

Mi mano voló inmediatamente hacia la cabeza de Ramón, estrellándose sonoramente en su nuca.

-Dígame pues, majestad, qué es lo que la perturba.
-Verás, Matías: soy la soberana de este magnífico y exclusivo reino, sin parangón en el mundo entero. Sin embargo, por más súbditos que moldeo con mis propias manos, ninguno atiende a mis órdenes. Incluso yo he confeccionado las lámparas que ahora nos iluminan. Soy la única habitante de este reino y la más ignorada de todas las realezas. ¿Qué hago mal, oh, Matías?
-Verá, su majestad: es que su majestad... -y vacilé-. Su majestad... es que puede que su majestad en realidad no sea una reina... sino...
-¡Matías! ¿Cómo que no soy una reina? Y, si no soy una reina, ¿qué iba a ser entonces?

...

Después de la carrera pudimos volvernos hacia el palacio, ya a unos cuatrocientos o quinientos metros. Las dos alas del edificio apenas levantaban ahora metro y medio del suelo, y la torre caía poco a poco. Mi respuesta había provocado tal disgusto en la reina que sus lágrimas, saliendo a más de treinta y seis grados de sus ojos, manaron en tal cantidad que subieron precipitadamente la temperatura de la estancia. Fue el caso que, estando el palacio construido con mierda y sólo mierda, comenzó a derretirse. Ramón aún tenía necesidad de ir al servicio, pero pronto estuvimos en casa: un Kremlin con ladrillos de La Puebla cuyo único olor era el del excelente queso de El Bonillo que a veces se asomaba desde el sótano.