domingo, 15 de noviembre de 2009

Secuestro 2/3

Como tres columnas le miramos, comprendiendo el alcance de nuestra derrota. El viejo sonrió y bebió un trago de algo anaranjado en un vaso bajo. Se agarró el pescuezo con los dedos y tiró de la piel. Tras ese pellejo mustio aparecieron las doradas plumas y el pico del Pájaro Redentor Amarillo, mostrándose en pocos segundos en todo su esplendor:

-Es la segunda que vez te veo
en un gran enredo, Matías.
Aquí te traerá el cachondeo
cuando de un escritor te rías.

Consideraste inofensivo
el pelo púbico de Lucía.
Pero su coño era amigo
del rey de la glotonería.

Estáis en el pedante ombligo
del as de la fanfarronería.
Es vuestro justo castigo
por molestar a esa arpía.

He aquí el pequeño imperio
de José Manuel de Prado:
señor de todo improperio,
lo prepotente y descabellado.

Vive en forma de niño cornudo,
algo cabezón y redondeado.
A veces aparece desnudo
y en el culo un pañal atado.

Cada mes sus bolas del ombligo
condensadas todas en el cielo
dejan caer nuestro enemigo:
una lluvia de su pelo
mezclada con galicismos
y pedaterías varias:
son sus postmodernismos
e ideas reaccionarias.


Para salir del cráter
sólo hay un modo.
Debeis ir a su váter
y extraer del lodo
pedanterías desechas
de su comida diaria:
fantasmadas que cosecha
de las lluvias varias.

Mezclando un engreimiento
con heces de perro y gato
conseguiréis en un momento
que coma durante un rato.

Esperando a su digestión
lo veréis hacer de vientre.
Tendréis que entrar en acción
y meter vuestras manos valientes.

Entre su mierda encontraréis
artículos en una revista.
Cuando en alto los recitéis
volveréis a vuestra casa dadaísta.



Y tal y como recitó su último verso, echó a volar. Nos miramos y empezamos a esperar la lluvia.

viernes, 13 de noviembre de 2009

Secuestro 1/3

Días de mofa sobre Lucía Evecharría condujeron a la ira de su vello púbico. Tras dos semanas de persecución, pensamos haber eludido el tesón de ese matojo. No imaginábamos lo equivocados que habíamos estado. Fue al anochecer cuando ocurrió. Volvíamos del paseo el Saramáguico mono, Ramón y yo. Ya estábamos abriendo las puertas del Kremlin... Y sucedió. Nos vimos de repente envueltos en una masa de pelo con olor a sudor. Estaban furiosos. Aún recuerdo el tintineo de sus tarzanillos, rojos y amarillos, como el ámbar. Nos dejó inconscientes un hedor y un ruido insoportables. La negrura, el sueño...

Desperté al notar un seco impacto en el trasero contra algo contundente: era el suelo. Vi al mono portugués frotarse el suyo con sus manitas. Ramón aún dormía. Con zarandeos, aún con el olor del orín de una menopausia perpetua, despertó. Nos erguimos con lentitud y sacudimos nuestras ropas. Una atmósfera húmeda y tibia envolvía todo. Había follaje a nuestro alrededor, sobre todo matorral, pero en general todo tenía el aspecto de selva tropical.
-¡Eeeeeeecuáááááááániiiiiiimeeeeeee!
El terrible sonido nos atravesó las entrañas. Dos veces más, el alma de la selva repitió su amenaza. No supimos dónde correr, así que quedamos muy juntos. Necesitábamos agua, comida, un techo donde pasar la noche, averiguar donde estábamos y a dónde podíamos ir y, sobre todo, unas mascarillas. Ahora un leve temblor de tierra. Siguiendo un estrecho sendero, logramos descender lo que parecía ser un gigantesco valle. Al llegar a un claro, percibimos que se trataba de un cráter.




¡Oh, malditos pelos de Lucía Evecharría! ¿A qué infierno nos has traído? Cuando terminamos de descender la pendiende, oímos un nuevo alarido de la selva, largo y pesado: "¡Paaaaaraaaadiiiiiiiigmaaaaaaaaa!". Qué grave voz tenía el demonio del bosque. El olor a húmedo se intensificó. Dimos, finalmente, con una casita junto a un lago. Sobre una amplia ventana podía leerse: "LAGO DE LA SAL. Alguiler de botes - pescado a la brasa". Un viejo, bajito, delgado y encorvado, secaba cubiertos hasta que percibió nuestra llegada. Desde la ventana nos gritó:

-¡No os asustéis! ¡Bienvenidos al Ombligo de José Manuel de Prado!