viernes, 20 de marzo de 2009

Primera aparición pública de Ramón

martes, 17 de marzo de 2009

Ramón en época predadá


Ramón siempre acababa en los rincones
de las escena pasando desapercibido.
No
era guay en aquella época.



Érase una vez, un ayudante dadá que fue
contratado tras una prueba muy dura. Ramón,
que se llamaba, creía poco en sí mismo y
dependía constantementede las palabras
de ánimo de los demás. Su tintineante
adolescencia pasó desapercibida entre las
ingeniosas bromas de su grupo de amigos,
tras las que se escondía sin hacer ruido para
no llamar la atención de éstas. Así llegó a la primavera,
escondido como polizón entre cítricas bromas,
esperando que su autoestima enfureciera, pero
ignoraba que aquella pu-si-la-ni-mi-dad,
una perrita que no paraba de morderle
constantemente la entrepierna, se ahogara
entre las piedras de la llanura.

Un día, Ramón notó que la causa de todo aquel mal
residía en el hecho de que nunca vestía con colores vivos.
Decidido, entró en una tienda moderna y juvenil, donde
se gastó la paga de un mes (y aquí las palabras paga y mes
son muy relativas -lengua de Relativia, de origen
indoeuropeo y se significan "cobro" y "trabajos como efebo",
respectivamente); la paga de un mes decía que se gastó en
prendas de colores. Al día siguiente apareció en el centro local
de enseñanza, testigo de su timidez, y aportó bromísticos ácidos
a la chabacana conversación, quedando esta historia resuelta.

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-¿Qué hemos aprendido de esta historia? -preguntó Matías a Ramón, que comía plátanos al modo en que se comen las castañas asadas (imagine el lector un ridículo cucurucho de papel).
-Que siempre se puede relajar uno comprando ropa de colores.
-No está mal. ¿Y qué más?
-Que no está bien andar todo el día con una perra malnacida.
-Bien. ¿Y qué más?
-Que cuando tus amigos son crueles contigo hay que dispararles en la sien con un revólver importado de Europa del Este y celebrarlo con tururas gaditanas.
-Bien. ¿Y qué más?
-Que si eres imbécil puedes acabar en un teatro dadá, no es éste, por supuesto.

Matías se levantó y salió de la sala. Al cabo de dos minutos pudo oirse el sonido de una moto a través de la ventana, que arrancaba para marcharse poco a poco. Inmediatamente después reapareció Matías con una fusta y una copa de anís: acababan de robarle la moto y necesitaba venganza. Así las cosas, tiró la fusta a la chimenea, la roció con el anís y prendió fuego a la erótica mezcla: ese motero no volvería a disfrutar de noches de placer en su palacio, siempre y cuando no comprara otra fusta y abriera una nueva botella de anís.

Después de la catárquica escena, el dadásofo se sentó junto a Ramón y comió de su cucurucho de plátanos:
-Solo tenías razón en las dos primeras conclusiones. Las demás...las demás sólo son verdades.

Cucur Ucho Fernández seguiría trabajando durante otros cuatro meses
como porta-plátanos del palacio dadá. Fueron los mejores meses de su
vida. Hoy pela bananas en un mercadillo de Seúl.

sábado, 14 de marzo de 2009

Reapertura


Entrando lentamente por la puerta lateral (a sabiendas de que podía haber regalado un espectáculo entrando por la principal y recorriendo todo el pasillo central hasta el escenario) entró Matías disfrazado de zanahoria sobre las tablas, para acabar sentado en una silla iluminada por un flexo (qué mal gusto). Al descansar el cuerpo sobre el respaldo se encendió una pipa, fuma y tosió. Enfadado, lanzó la pipa hacia la primera fila, repleta de aspirantes. Al golpear a una de ellos exclamó:

-Ya tenemos una eliminada. Qué asco produce el tabaco, sobre todo a aquellos que son eliminados los primeros.

El resto aplaudió y atendió después.

-Ha pasado un tiempo desde que este teatro ha permanecido cerrado. Durante mi desaparición me dediqué a viajar por el tiempo (sobre todo por el siglo XX) y únicamente he llegado a la conclusión de que este paréntesis no ha servido más que para confirmar dos cosas, a saber:
a) que Mardonas hace comida más adictiva que Burguerquín.
b) que esta época es mejor.

Así que pensé en que no iba a mandar más postales desde el pasado. A partir de ahora, los que salgan escogidos de la tarde de hoy serán enviados al pasado, y que hagan allí lo que les venga buenamente en gana, excepto comer helado, placer que he prohibido por mero capricho.

Salga, pues, el primer aspirante.

Se encendió una luz débil en el auditorio y apareció el que se sentaba a la izquierda de la dolorida pipeada. Matías chasqueó los dedos y se levantó un telón que dejó ver dos atriles. En el primero una niña con trenzas rubias y un cortísimo vestido rosa sonreía al aspirante. En el segundo una cesta de muslos de pollo humeaba junto a medio limón. El aspirante se comió los muslos. Un tipo gordo esgrimiendo un hacha apareció de tras el telón y le clavó su herramienta en el ridículo pecho, dejándolo tirado sobre la madera. A una señal de Matías, apareció otra cesta de muslos, señalando el enzanahoriado después al siguiente aspirante, que subió al escenario. Miró éste los muslos y luego a la niña, acercándose a ésta para besarla. Hubo tocado sus labios y el gordo y hachado verdugo se clavó el arma en el pecho a sí mismo. Sin embargo, no se había terminado de aliviar el espíritu del aspirante cuando de detrás del telón apareció el gemelo del gordo y desnudo leñador (que desnudo iba, entiéndase), el cual con su correspondiente hacha destrozó la caja torácica del pobre diablo, que murió, no olvidemos, habiendo besado al gracioso pajarillo. Matías no tuvo que reponer niña rubia alguna, pero sí mandar subir al tercer aspirante, quedándose uno sentado en las butacas junto a la desgraciada víctima de la pipa, que no dejaba de llorar. Decía, creo, que fue llamado a tablas el siguiente aspirante y al subir se quedó éste mirando a Matías, que no le correspondió mucho rato. En cualquier caso, el muchacho fue hacia los atriles y no tuvo mejor idea que morder a la pobre criatura rubia. El destroza-pechos le clavó una punta de su hacha en la espalda: lástima de tablas, que estaban quedando todas sucísimas. Se enfadó Matías y se dirigió a sus dos espectadores:

-No sabéis hacer nada bien.

Y se giró entonce hacia los atriles para acabar violando a la inanimada cesta de muslos de pollo, con gran celebración del aterrador verdugo.

-Quedas elegido tú, por descarte.

Dijo señalando al lastimoso calavera que quedaba el cual, con gran suerte, fue el gran beneficiado de la tarde, además del tipo del hacha sobre las tablas. Y así fue como el gran teatro dadá volvió a abrir sus puertas.